Domingo por la tarde. Repaso mi fin de semana y ¡oh cielos! en esta ocasión tampoco ha tocado ir al cine… de mayores. Y ya no hablo de una película de arte y ensayo en versión original sueca y con subtítulos en inglés. Me conformaría con el último taquillazo prescindible del cine español. Pero ni eso.
Mi agenda de estos dos días es la de mis niños, que tienen una vida social que ni Gunilla von Bismarck en sus mejores noches marbellíes. Así que mi santo y yo vamos de partido a cumpleaños y de cumpleaños a partido (o lo que se tercie) con la lengua fuera durante esos dos raquíticos días de asueto.
Este y todos los fines de semana. Sin sorpresas.
Como hubo un tiempo en que fui ingenua y creía que lo de cultivarme dependía exclusivamente de mí, soy de ese tipo de personas que antes de ser madre ha mantenido esta conversación:
– “Pues yo prefiero vivir en la ciudad, y no en las afueras, porque así tendré más fácil seguir yendo a teatros, exposiciones, conciertos…”
– …
La muda interlocutora era, en este caso, mi cuñada Isabel, una mujer sabia y prudente (no sólo por esto, sino por muchas otras razones que no citaré aquí), que me miró entonces mientras asentía en silencio, tal vez calibrando lo dura que sería la caída.
Y, efectivamente, como diría mi yaya, aún me estoy resintiendo del testarazo, porque en estos 11 años de maternidad, ná de ná de ná. Ni convencional ni alternativo, ni experimental ni clásico. Walt Disney, Pixar, Los Tres Cerditos y Pedro y el Lobo… a lo más.
Pero hete tú aquí que este pensamiento perturbador que estaba comenzando a amolarme, baquetearme y amohinarme (o lo que viene siendo: a hacerme la mismísima puñeta) me surgió justo en el momento en que visitaba una parafarmacia.
Y una parafarmacia puede dar mucho de sí…
Como en un acto reflejo, me dirigí sin pensarlo a la sección de cremas atópicas. Esas que le compraba a mi niña con pocos meses para tratar su dermatitis y que hemos tenido en casa hasta “antesdeayer”.
Pero, de repente, y como en una revelación, tal como si ante mí se abrieran en la tienda las aguas de mi malhumorada pesadumbre (a un lado los anticelulíticos, a otro los crecepelos) me di cuenta de que esta vez no había ido a por una de ellas, sino a por una pócima, pomada, ungüento o loción para tratar esos primeros granitos de preadolescente que ya empiezan a aparecer en la cara de mi bebé (de 11 añitos).
Y como poseída por el maligno y a punto de tortearme (mala, mala, mala) advertí lo fugaz que se había hecho esta última década y, lo que es mucho peor, lo efímera que podía ser la siguiente y la siguiente y la otra.
Y me vi mañana mismo (pues ayer me parece que fue cuando tuve a mis niños por primera vez en el regazo) comprando pañales para mis nietos o quizá de nuevo un antiespinilloso para alguno de esos mozalbetes empeñados en llamarme abuela.
Qué flus, virgensantadelapiedadbendita. Qué flus más descomunal.
Así que salí de la parafarmacia con 20 euros menos a cuenta de la crema para mi niña, pero con un peeling interior que ya quisiera haberme facilitado un psicoanalista argentino.
Y aquí me tenéis: ufana y dichosa, a la vez que convencida, de que no hay nada mejor que una agenda infantil bien nutrida que te organice el fin de semana como tiene que ser.
De que no hay nada más inspirador que un teatro de marionetas, un taller de adornos con papel maché o una película de Boing, Disney Channel o Clan.
¡Benditas espinillas! Y yo que me lo quería perder…
Terry Gragera
@terrygragera
Estoy segura que cuando pase un tiempo, añorarás estos años y que a pesar del comentario, el sacrificio y entrega que estáis haciendo es con verdadero CARIÑO Y AMOR y muy gustosamente. Besos
Eso seguro. Es un sacrificio entre comillas. El cine puede esperar 😉