Archivo | diciembre, 2014

¿Quién no ha…? ¡Feliz Navidad!

18 Dic

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De entrada, voy a confesar algo impopular: ¡me encanta la Navidad!, así que esté o no en mi mejor momento, intento disfrutarla a tope, con todas las tradiciones familiares que nos empeñamos en cumplir año tras año, a pesar de que en estas fechas eres menos dueño de tu tiempo que nunca.

Pero para mí es una época maravillosa que me sirve para mirar atrás en el tiempo y darme cuenta de lo afortunada que soy.

Porque…

¿Quién no ha encontrado de repente en su bolso un coche de juguete o el último muñequito de moda cuando iba a sacar el monedero?

¿Quién no se ha maquillado en el coche o en el ascensor en tiempo récord después de haber adecentado a toda la familia?

¿Quién no se ha quedado petrificada delante del frigorífico preguntándose ‘y-qué-hago-yo-hoy-de-cenar-para-estos-niños’?

¿Quién no ha tenido que recoger del suelo mil veces: zapatos, pelotas, pelusas, macarrones, cojines, horquillas, lápices y otros enseres de incierta procedencia?

¿Quién no ha cosido rodilleras, eliminado “tomates” de los calcetines y comprobado que esa mancha de chocolate no sale, no, tal como había pronosticado?

¿Quién no ha tenido que disimular que se había olvidado de hacer raíces cuadradas y fracciones y que eso de los morfemas flexivos le sonaba a puro y genuino chino mandarín?

¿Quién no ha deseado ver una película de mayores para acabar sonriendo ante la enésima de Disney mientras intentaba no perecer sepultada por una montaña de abrigos?

¿Y quién no se ha sentido exhausta en el sillón, pero ha pegado un bote a la voz de “mamá, tengo frío”?

Pues por todo eso y mucho más, esta “quien” se siente feliz y cruza los dedos para que en 2015 todo todito se vuelva a repetir.

A vosotros también os lo deseo.

Nos leemos en 2015, Periquitos. Que lo “pieis” muy bien.

Terry Gragera
@terrygragera

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Rocío Palacios sigue allí

4 Dic

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Aún tengo agujetas de lo mucho que me reí con mis amigas del colegio el pasado fin de semana.

A saber: un grupo de cuarentañeras se reúne una vez al año para hablar de lo humano… y lo humano, y desde las 12 de la mañana juntas acaban a la una de la madrugada llorando de la risa mientras se resguardan de la lluvia bajo el toldo de una tienda de “sonotones”. No me es posible desvelaros ninguna conversación y mucho menos esta última, aunque podría haberla filmado Almodóvar (sí, pensad mal y acertaréis).

Es el tercer año que me encuentro con mis compañeras del cole y cada vez me siento más unida a ellas. Volver a verlas es como un pase directo a la infancia, a aquellos momentos en que todo era posible, en que la vida estaba empezando…

Una vez más cantamos el “Mil Albricias” en la Capilla del colegio, porque en aquella época no se nos ocurría pensar que existían otras celebraciones que las religiosas, y, oye, nosotras tan contentas. Éramos tan pías que en el recreo comprábamos reliquias de la Madre Cándida que, por supuesto, aún guardo, y con más motivo desde que la hicieron santa. Recuerdo cómo mirábamos aquellos diminutos trocitos de tela, sin ni siquiera encomendarnos a la beata. Los teníamos, y éramos felices por ello.

Era la época de la EGB en que estábamos más de 40 en clase y no se hablaba ni por asomo de masificación, ni pasados los años hay constancia de que aquello retrasara nuestro aprendizaje ni derivara en una terrible secuela profesional. La que quería estudiar estudiaba y la que no, se dedicaba a otros menesteres, sin más justificaciones externas.

Nuestros padres también eran distintos a como somos nosotros ahora. ¿Porque a alguien se le ocurriría siquiera plantear HOY que los alumnos limpiasen su clase? Pues nosotras lo hacíamos, y ha sido tanto el trauma que padecí por ello que lo había olvidado. Sí, adecentábamos las aulas los viernes por la tarde, y a nuestros progenitores no se les ocurría invocar a la Convención de los Derechos del Niño para echar por tierra semejante costumbre tan mundana. ¡Ay, cómo hemos cambiado!

Treinta años después de dejar el colegio, sigue en sus alrededores Rocío Palacios, al que veíamos a la ida y a la vuelta, mientras se peinaba las pestañas en los charcos. Sobre su historia corrían muchas leyendas: unos decían que era un médico que se había vuelto loco, otros que era rico… El caso es que durante todos aquellos años mantuvimos una respetuosa convivencia con ese hombre barbudo al que alguien (o tal vez él mismo) había bautizado con un nombre tan coplero.

No era un exhibicionista, pero vivía en plena vega, donde estaba nuestro maravilloso colegio, por eso a veces se vestía y se desvestía mientras pasaba el autobús o el grupo de niñas que hacían el trayecto a pie. Ahora Rocío Palacios estaría ingresado en un frenopático porque ninguno de nosotros permitiría que rondase (aun pacíficamente) cerca del cole de nuestros peques.

Hablamos de él y de muchas más anécdotas de “aquellos maravillosos años”, y acabamos cenando con Bitter Kas, esa bebida viejuna que yo creía que seguían fabricando exclusivamente por mí.

Así que las risas del final no se deben a ningún exceso de vino o de bebidas espirituosas, no creáis. Es lo que tenemos los jóvenes de más de 40, que nos juntamos y ¡quién dijo miedo!

Ya estoy descontando los días para nuestra quedada del año próximo. A perpetuidad, sé que el último sábado de noviembre seré feliz. Y tal como está el panorama, eso es más que un regalo.

 

Terry Gragera
@terrygragera

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