Archivo | febrero, 2014

¿Hace un pantano?

26 Feb

blog25febreroOK

En casa no se habla de política. No por ninguna consensuada decisión ni prevención familiar, sino por la misma razón por la que no se discute de fútbol o de las aves zancudas de Nueva Jersey. Bueno, ahora que lo pienso, tenemos muchas más probabilidades de charlotear de estos (últimos) animalejos que de las otras dos cuestiones, pues sabida es la querencia de mis niños por el mundo bestial.

Tampoco se ve el telediario, porque tenemos la insólita costumbre de cenar con el televisor apagado, así que las únicas nociones que tienen Ada y Teo de los políticos y sus fechorías son lo que oyen en el patio del cole y poco más.

Por eso no me extrañaron las preguntas de Ada sobre Franco, tema sin igual interesante, que habían tratado en clase.

-“¿Tú sabes quién era, mamá? ¿Pero era español? ¿Y cómo se llamaba de verdad?”.

La cosa no habría tenido mayor trascendencia, de no ser porque acto seguido a mis respuestas, mi vástaga de 11 años soltó: “Pues han pedido voluntarios para hacer un trabajo en Power Point sobre Franco (en inglés, añado yo), y me he ofrecido. Dice la seño que os preguntemos a los padres cosas de él para poner lo que hizo bien y lo que hizo mal”.

Glup, glup, gluruglup. (O lo que viene siendo: ¿¿¿comorrrrrr? ¡No puedo, no puedo! ¡Pecadora! ¡Cobarde! ¡Candemor!)

Lo juro: por un momento me transmuté y me metí en la cabeza de aquella profesora, que debía de estar pensando: “Ahí lo lleváis…”. Pero lo peor vino después cuando entré en un bucle mental donde no podía parar de imaginármela bailando samba en Río de Janeiro tras haberse deshecho de aquel marrón: “Pe, pe, pe, pepepepepe. Pe, pe, pe, pepepe. Samba de Bahia… Samba de Bahia…”.

Después de estar un rato con la cabeza echándome humo entre el ritmito sabrosón y las imprecaciones varias que me venían a la glotis, tuve que claudicar.

– “Hija, no vas a poder hacer el trabajo porque no sé cómo se dice pantano en inglés”.
–  “Pero, mamá, si me he ofrecido…».
– “Pues lo siento, pero va a ser que no”.

Así que además de la imagen fija de la seño con su tocado a lo Carmen Miranda tuve que aguantar toda la tarde el enfado de mi hija (y con razón).

No sé qué idea habrá sacado del caudillísimo tras la explicación en inglés de la de Ipanema, pero no ha vuelto a preguntar nada, lo que me hace sospechar que sus lagunas históricas sobre ciertos temas pueden ser más alargadas que la pertinaz sequía que nos acechaba.

Claro, que es un mal común familiar. Sin ir más lejos, Teo, que conoció a Ana Botella gracias al asunto del relaxing, se descolgaba el otro día con esta conversación:

– Pues Ana Botella es la que peor habla inglés del mundo. Tras su marido, por supuesto.
– ¿Pero tú sabes con quién está casada, Teo?
– Claro, con Rajoy.
– ¡No!, es con otro señor que lleva bigote y…
– Ah, ya caigo… Con Chuck Norris.

Pues podría ser, pero no quiso la providencia que sus miradas se encontraran en el camino. No.

A este paso, y si fuera por mis hijos, me veo al pobrecito de Chuck Norris inaugurando un pantano mientras Ana Botella comenta en el NO-DO en su perfecto inglés: ¡Spanish: Franco has died!

Como si lo viera.

Terry Gragera
@terrygragera

El pinsapo mutante

19 Feb

blog19_febrero

Mi santo esposo se fijó en mí engañadito. Engañadito vivo. No es que yo empleara malas artes para cazar al mancebo. La cosa surgió así. Y ya está.

Amante de la montaña, del campo y de todos los deportes de riesgo terminados en –ing: (rafting, puenting…), el joven se había propuesto ennoviarse con alguna mozuela que al menos supiera lo que era un “pinsapo”.

Así que ni corto ni perezoso me lanzó la pregunta envenenada y acto seguido debió de pensar: “Ésta es” cuando, no por mi amor al aire libre sino gracias a mi saber enciclopédico, le contesté sin pestañear lo que era el ente de sus desvelos.

Y así empezó una historia que dura ya 22 añitos. ¿Significa eso que yo me he vuelto una campesina feliz cual Laura Ingalls en La Casa de la Pradera? Pues va a ser que no. ¿Supone que él se ha hecho miembro activo de un grupo de filosofía experimental y no hay rincón de biblioteca que no conozca? Negativo.

No tengo ni idea de qué es lo que hace funcionar este matrimonio. Ni la más remota. Y lo peor de todo es que así no voy a poder desvelarles a mis hijos el secreto de la pareja perfecta, algo que para una madre sobreprotectora como yo es fun-da-men-tal.

Por ahora no les he contado aún que deben elegir bien, considerando que los seres humanos tenemos la fea costumbre de mutar en el tiempo. Nos convertimos, evolucionamos, renovamos… Sí, pero siempre a peor.

Así somos, amados lectores. Todos y cada uno de nosotros. A excepción, os revelo, de Alberto Comesaña. Sí queridos, porque de ser el irreverente miembro de los grupos de música de los 80 Semen Up y Amistades Peligrosas (recordad, recordad: “Basta ya de tantas tonterías, hoy voy a ir al grano, te voy a meter…”), ha pasado a convertirse en un respetable padre…  ¡¡¡que concursa con sus niños en Juegos en Familia de Boing!!!

Reconozco que aún no me he repuesto tras ver su transmutación en la tele, pero que gracias a ella he renovado profundamente mi confianza en el ser humano. Su reaparición pública como amantísimo marido y progenitor me ha dejado un poso de inequívoca felicidad.

Ha vuelto a mí la esperanza. La quimérica ilusión de pensar que la gente cambia… para bien.

Esto hay que celebrarlo, amigos: me voy a plantar unos pinsapos a la biblioteca de la esquina.

Terry Gragera
@terrygragera

Un antiValentín cualquiera

11 Feb

blog_11febrero

¿Algún abogado matrimonialista en la sala? ¡Bien! Me alegro. Más que nada para alejar definitivamente de mí las pérfidas tentaciones que casi me llevan ayer a pedir el divorcio exprés y/o la anulación conyugal.

¿Y me diréis: pero tú no cohabitas con un santo varón cuya benevolencia glosas sin reparo? Y yo os contestaré: sí… Eso es así casi siempre. Porque el hombre es un ser imperfecto y contrahecho y, cuando resulta más inconveniente, ¡zas!, decide ser humano en toda su magnitud. Y si no fuera tan fina como soy diría, con el meñique levantado y todo: la ca-ga.

Así pasó ayer: un día en que yo NO podía llegar tarde a la oficina, uno de esos momentos en que NO conviene en absoluto destacarse para mal, una de esas jornadas en que NO basta con serlo sino que hay que parecerlo… Y tuvo que suceder. Justo ayer.

Os pongo en antecedentes. Ada se había despertado con dolor de cabeza, así que, ingenua de mí, pensé: un sanDalsy y al cole. Pero, mira tú por dónde, que la molestia, misteriosamente, no se le pasaba después de un tiempo. Y, claro, una a veces es borrica, pero no para mandarla de esa guisa a clase. Así que, pese a que ayer NO era el día, tuve que esperarme con ella en casa a que el medicamento le hiciera efecto. “Será cuestión de minutos”, pensé. Sí, sí. Cuestión de 60 minutos, y de otros 60 y de otros 60…

Hasta que, temiéndome lo peor, me dio por telefonear:

-“Estooooo, cariño, boniiiiito, corazón de mis entretelas, ¿cuánto Dalsy le has dado a Ada?”
-“Pues 5, como siempre”

A eso le llamo yo ser un sentimental, un hombre de profundos arraigos, un padre con convicciones. ¿A quién si no se le ocurriría dar a su hija de 11 años la misma dosis que cuando era una bebé de 12 meses?

El fin de la historia ya la sabéis. Tan sólo llegué tarde cuatro horitas de nada a la oficina, justo el día en que NO debía retrasarme. Y, je, je, casualidades, unos minutejos después de darle a la pobre criaturita mía la dosis exacta que, oh milagro, le quitó el dolor al instante.

¿Comprendéis ahora por qué adoro a mi marido sobre todas las cosas? ¿Por qué renovaría mis promesas matrimoniales hoy mismo? ¿Por qué hay momentos en que cogería un exprimidor para dar buena cuenta de esta media naranja con la que la vida me ha obsequiado?

No busquéis en mí una Infanta cualquiera. Que no sabe, no recuerda, ni le constan los pecadillos de su urdangarin particular. Soy mucho más arpía y bienmemoriada. Y, en esto, queridas mías, sé que no estoy sola, porque de hombres ocurrentes y oportunos está el mundo lleno.

Como veréis, hoy estoy totalmente poseída por el espíritu de San Valentín. ¿Qué os creíais que era sólo un invento de unos grandes almacenes o qué?

Terry Gragera
@terrygragera

Un secreto inconfesable

5 Feb

blog_5febrero

Este post debería estar vetado para ellos, para los maromos con los que compartimos vida y familia, así que ya sabéis, varones todos que osáis entrar en este humilde blog:  fus,  fus, por favor. Lo que voy a tratar aquí es un asunto de alto secreto.

¿No os habéis enterado de que entrando ahora mismito en la web del Marca regalan un pase vitalicio para ver a la Selección Española de Fútbol y un crédito ilimitado de cervezas?

Ahora sí, creo que por fin nos hemos quedado solas de verdad.

Queridas mías, no deseaba que hubiera ninguna criatura humana del sexo masculino por aquí, y mucho menos mi santo, porque por primera vez voy a darles… ¡¡¡la razón!!! Sí, sí, ya veis que es muy grave.

Todo empezó cuando el pasado viernes mi amantísimo esposo decidió irse con los niños a la nieve. Yo trabajaba, así que, entre compungida y pesarosa, no tuve más remedio que tirarme toda la tarde haciendo algo que ya casi no recordaba: tumbarme a la bartola en el sofá a ver la televisión. ¡Mis lumbares y mis meninges no daban crédito!

Pero hete tú aquí que fueron pasando las horas y la expedición alpina seguía en la nieve, y seguía, y seguía. Fue el teléfono el que me sacó de dudas:

-”Mamá, llevamos más de cuatro horas en la nieve. ¡¡Hemos hecho un iglú…!!”.

-«Estamos helados, mamá, no siento los pies, mamá. Yuhu, qué divertido”.

– «Se nos ha hecho de noche, mamá. Llevo los calcetines empapados…”.

Claro, cómo imaginaréis, a mí me faltó tiempo para monologar a gusto:

Yo-a-este-hombre-me-lo-cargo-pero-como-puede-ser-tan-insensato-con-el-frío-que-hace-pero-qué-iglú-ni-iglú-cómo-se-pongan-malos-me-va-a-oír-y-con-los-calcetines-calados-pero-a-quién-se-le-ocurre…

Casi una semana después, mis niños no han tenido ni un moco, ni una tos o un estornudo, pero siguen recordando encantados su aventura con el iglú. Y digo yo, ahora que no nos oyen los mancebos, ¿no será que las madres somos demasiado exageradas en ocasiones?

¿Cuántas veces nos hemos empeñado en ir con el niño al médico o a Urgencias por nuestra natural tendencia a sobreponderar todo lo que tiene que ver con nuestros hijos? Confesad, confesad todas.

Y lo peor es esa cara de acelga que se te queda en la consulta cuando el niño, milagrosamente, ya no tose, ni está decaído, ni vomita, ni nada… Y eso que has asegurado que había alcanzado los 38,5 ºC de fiebre cuando el termómetro apenas había pasado de los 37,5 ºC. Pecadillos maternales, mentirijillas sin obligación de confesión… Que las hemos hecho todas, pillinas.

Claro que hay pediatras que ya se conocen bien las letanías de las primerizas. Recuerdo bien a la que teníamos cuando nació Ada. En aquella época en que por un moquillo escuálido de nuestro bebé, íbamos padre y madre (juntitos los dos y con la cara transida por la preocupación) disparatados a la consulta.

Delante de la pediatra, yo relataba vehementemente la peligrosidad indiscutible de aquella pobre mucosidad que tímidamente se asomaba al orificio nasal de mi niña. Ella me dejaba acabar sin rechistar, momento en que sin cortarse un pelo preguntaba: “¿Y qué dice el padre?”.

Con el tiempo he comprendido que aquella pediatra tenía mucha mili hecha, y que sabía que el juicio más reposado no se lo iba a proporcionar nadie más que mi santo, el padre de la criatura (del horrible moco).

Pero al margen de los episodios médicos, hay más. ¿Quién de vosotras no ha dicho: «Me preocupa, Ataúlfo, me preocupan las compañías del niño. No quiero que se junte con esos compañeros o acabará mal». «Pero Ataúlfa si sólo tiene 9 meses y va a la guardería». «Ya, pero nunca se sabe». O «Me preocupa, Ataúlfo, me preocupa que a este niño no le gusten las frutas tropicales». «Pero Ataúlfa si a ti tampoco te gustan y tienes 40 años». «Ya, pero ¿y si le da el escorburto?». Y así sucesivamente.

Nosotras imaginamos increíbles catástrofes, hecatombes y desastres, como el resfriado-de-una-semana-en-cama-post-iglú, que iban a pasar mis hijos. Y mientras, ellos ponen ese gesto de pez tan inconfundible con el que asienten una vez más: «Lo que tú digas, cariño».

Así que por esta vez hago examen de conciencia y lo comparto con vosotras. Eso sí, nada de hacer partícipes a los esposos fieles que con su amor nos deleitan. Que quede entre vosotras y yo. No sea que tengamos que dejar de mandar. Y por ahí sí que no paso, amigas. Por ahí sí que no.

Terry Gragera
@terrygragera