Archivo | agosto, 2013

Con el índice, con el pulgar… o con el meñique

27 Ago

arco irisOK

Hasta ahora creía que el género humano se dividía en dos especies: los que usan el dedo índice para mandar mensajes de móvil y los que utilizan el pulgar. Eso fue hasta que vi a mi santo haciéndolo con el meñique, y entonces lo comprendí todo.

Ese prodigio de hombre con el que comparto mi vida pertenece a una raza aparte. ¿Cómo si no iba a pasarse tres semanas de vacaciones en solitario con nuestros churumbeles sin quejarse, sin decir “estoy cansado”, sin preguntarme “cuándo vienes”, sin resoplar “hijos, que os aguante vuestra madre”? Ninguna reclamación, ningún lamento, ningún enojo ni velada acusación. Claro que tampoco ningún cepillado de pelo a los niños, ningún recambio de ropa sucia, ningún repasado de dientes de leche… Todo en plan minimalista, me temo.

Después de 21 años con él (sí, yo era muy joven cuando lo conocí, lo que se entiende por mozérrima), ya me voy acostumbrando a sus rizos alborotados, a su barba sin recortar y a sus camisetas digamos que vintage. En el fondo, es el mismo aspecto que luce ahora Borja Thyssen al más puro estilo bohemiam chic, pijipi o, con perdón, jipipollas (uy, a fumigar, a fumigar, que éste es un blog distinguido). Es decir, soy (insultantemente) rico, voy desaliñado y me gasto mil euros en un pantalón raído porque es lo más cool. ¡Y yo sin saber que tenía un paradigma del estilo en casa!

Debo reconocer que matrimoniar con un hombre tan singular tiene sus ventajas. ¿Acaso cualquier otro varón hubiera osado llevarme al autodenominado “Rey de las Tortillas” en nuestra primera cena romántica? No, amigos, no. A eso le llamo yo gozar de una estratosférica autoestima.

Ni restaurantes de pitiminí ni cafeterías decimonónicas de las que delicadamente hermosean Madrid. Él me invitó a un mesón de los de antes, con sus churretes de grasa en las paredes, sus mondadientes en la barra y su sutil olorcillo a fritanga para hacerme ojitos mientras de fondo sonaba un “Manolo, ponme una de chorizo”, “marchando, con muuuucha cebolla”. Romanticismo en estado puro.

Pero ya lo he olvidado. Si yo no soy rencorosa. De hecho, me estoy volviendo casi tan despistada como él. Aunque, mira tú, la cabezonería no se me pega; para eso necesitaría varias reencarnaciones…

Mi madre, que no da puntada sin hilo (véanse sus comentarios a este blog)  asegura que los niños le han salido a él en lo buenos y a mí en lo listos. Y él, que no es pendenciero ni orgulloso ni revanchista como yo, se queda como si tal cosa. Vamos, que llega mi suegra a insinuar algo parecido, análogo y/o similar sobre mí y reavivo la guerra frrrrranco-prrrrrusiana.

Por todo esto y mucho más, tengo que deciros que no sigáis buscando. El caldero de oro del final del arco iris lo tengo yo en casa. ¡Uff, esto me ha quedado más empalagoso que un cupcake doble con extra de azúcar glass!  Pero en el fondo es verdad, mi santo vale un Potosí. Y que no se atreva nadie a decir lo contrario, que para meterme con él… ¡ya estoy yo!

Terry Gragera
@terrygragera

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Una (Rodríguez) y no más

20 Ago

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Queridos todos: estoy de Rodríguez. Pero no se me imagine a lo Pajares y Esteso en “Los bingueros”, “El currante” o “Desmadre matrimonial”. Aquí me tenéis sola y contrita delante del ordenador, mientras mis dos soles y mi marido apuran sus generosas y no por ello menos merecidas vacaciones.

Ay, ay, ayayayay… ¡Cuánto los echo de menos (a unos más que a otros, bien es verdad)! Yo que me pensaba que esto iba a ser coser y cantar: trabajar por la mañana, un ratito de piscina, ver los cotilleos en la tele, cenar cuando me diera la gana y meter un (1) plato en el lavavajillas… y, sin embargo, estoy que no me hallo.

Porque el postureo de soltera independiente-sin-ataduras-porque-yo-lo-valgo-¿sabessssss? está muy bien para un par de días, pero luego la semana se te va cayendo encima y te entra un mal humor de tanto dormir, de estar sin estrés  y de no recoger cosas tiradas por el salón que no hay quien te aguante.

Y lo peor de todo es que no tienes con quien meterte ni a quien echarle la culpa de nada…porque “él” no está. Recórcholis, ¡cuánto te extraño, santo mío! Repámpanos; esto es un sinvivir. ¿Pero nuestro matrimonio no era indisoluble también en verano?

Menos mal que el fin de semana puedo desquitarme cuando voy a verlos. Entonces, como el que no quiere la cosa, me pongo a mandar más que la Merkel y a ceder y perdonar al nivel de Rajoy. Y lo organizo todo, absolutamente todo lo que se puede desordenar en una casa durante cinco días sin una madre. (No, no hace falta que os pongáis en mi lugar, dejad los tranquilizantes para luego).

Pero llega el lunes, y vuelta a empezar: desubicación total, así que no me queda otra que ponerme a discutir virtualmente a través de la tele con los del Sálvame: “Eso no me lo dices en la calle”, “¿Mi santo? No te permito que hables de mi vida privada…”, “Te va a caer una demanda que lo vas a fliparrrrrr”. Así, al menos, se me baja el nervio y no me acuerdo de que estoy mohína, pesarosa y melancólica.

¡Qué dura es la vida de la Rodríguez! Todo el año quejándome sin control por unos minutejos de asueto, esparcimiento y/o inacción para ahora no poder disfrutarlos.

Hijos míos, os lo digo desde ya: vuestra madre es la diosa de la contradicción.

Terry Gragera
@terrygragera

Yo por mis hijos cangre-je-o

13 Ago

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Nunca he sido amante de los animales, pero ya se sabe que cuando una se convierte en madre hace un cursillo acelerado de “donde dije digo, digo Diego”. Por eso, y desde que mis niños me lo piden, me dedico al noble arte del cangrejeo. Vamos, a lo que viene siendo pillarme un lumbago de narices apostada en cualquier roca costera esperando que un incauto cangrejillo asome las pinzas para, ¡¡zas!!, atraparlo como sea, para solaz de Ada y Teo.

Más de una vez me he llevado un buen picotazo y/o mordisco, pero el dolor no le llega ni a la suela de las chanclas a la cara de ilusión de mi prole cuando ponen al pobre bicho en el cubo. Así que vuelvo a cangrejear, porque es que a-mí-me-encanta desollarme los dedos y ganarme a pulso las tortícolis.

Después de recaudar unos cuantos cárabos, cual cobrador del frac, los dejamos en libertad, pues ya se sabe que mis hijos son la encarnación en la tierra de San Francisco de Asís.

Cinco gallinas (ponedoras), tres pollitos, una cobaya, un conejo enano y ¡cómo no! un periquito, comparten con nosotros las vacaciones. Tanto que veo asomarse a mi santo con barba de 15 días y me parece estar contemplando a Noé a bordo del Arca.

Esto por citar a los vivos, porque también está Acqui de cuerpo presente. Compañero del ilustre Caballito, el pobre pez lleva cuatro meses envuelto en film transparente para ser enterrado junto a su hermano de aleta en el campo de los abuelos, a 500 kilómetros de casa, según órdenes estrictas de Teo. Para que luego la gente se admire con la momia de Tutankamon. Los egipcios, unos aficionados a nuestro lado.

En general, nuestros animalillos disfrutan de la bucólica vida campestre. En general, digo. Porque de vez en cuando tenemos visita. Como el pasado viernes: 11 niños persiguiendo a las pobres gallinas, 11 niños acorralando a los pollos, 11 niños corriendo tras el conejo, y Sara, de dos años, acosando a la cobaya con tal de ponerle su chupete en la boca.

Con lo tranquilitos que estábamos los padres degustando unos piononos de Santa Fe y van y nos obligan a ejercer. Así no hay quien digiera una frugal comida.

Definitivamente, éste es un verano bestial, aunque espero que mis hijos no se asalvajen (aún más). No obstante, hay algo que me preocupa. ¿Por qué cuándo jugamos al diccionario me miran tan fijamente cual lechuza o batracio sin compasión?

Oye, es comenzar… con la B: ballena; con la F: foca; con la M: manatí… y no quitarme la vista de encima. ¿Debería sospechar algo?

Terry Gragera
@terrygragera

Un político en la familia

6 Ago

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Mi hijo va para político. Sí, sí, sí. Y no me extraña en absoluto, teniendo en cuenta que antes quería ser constructor. Cuando vamos a jugar en familia, él siempre propone el Monopoly. Los demás aceptamos a regañadientes porque ya sabemos cómo termina todo: Teo acaba desplumándonos y con varios hotelitos en calles recalificadas. Así es la vida.

Mis sospechas de que dará con sus posaderas en un hemiciclo cualquiera se han agudizado este verano. Sin ir más lejos, y mientras desayunábamos bucólicamente con el trinar de los pajarillos, mi niño fue capaz de escuchar ¡sin quejarse! el discurso exculpatorio de Rajoy de hace unos días.

Noté que entrecerraba los ojos mientras sorbía su Nesquik y el señor presidente explicaba aquello de que todos tenemos derecho a no declarar en nuestra contra. Así que cuando Mariano hizo una pausa para respirar, él se apresuró a resumir en alto: “Pues entonces yo también puedo poner excusas, porque soy un ser vivo”. Fin de la cita.

En ese momento, mi santo y yo nos pusimos a engullir las tostadas rápidamente, no fuera que el niño nos hiciera preguntas acerca del Código Civil, Penal y hasta Militar. Fue su hermana Ada la que rompió el silencio: “No, Teo, que yo he estudiado en Educación para la Ciudadanía que no se puede mentir”.

No sé por qué los analistas políticos se han centrado en otras cuestiones con lo límpido que quedó todo para una criaturita de 7 años…

Además de esa mente preclara para captar el mensaje principal, reconozco en Teo otros valores de la estirpe política. Por ejemplo, su diplomacia. Nadie podría haber calificado a Mario Vaquerizo mejor ni de otra manera: “Es una mutación”. Y, como un expresidente cualquiera, su facilidad para los idiomas: “Mamá, ya soy trilingüe. He aprendido portugués: sé decir Aquashow”. Y eso en público, no en la intimidad.

También (a lo Federico Trillo), su proverbial habilidad para la geografía, pues en cuanto pisamos una playa me inquiere: “¿Esto es un mar lejano?”. Con su natural prudencia, quiere asegurarse de que no habrá tiburones…

Y, por si fuera poco, unas rocambolescas asociaciones de ideas que sólo y únicamente pueden corresponder a alguien con alma de político: “Mamá, creo que soy alérgico al cloro, porque me meto debajo del agua y no aguanto casi nada”.

Os lo aviso. Lo presiento, lo barrunto, lo sospecho, lo intuyo. Dentro de unos años, veremos a Teo en la tribuna de oradores, lo que me alegra y me desasosiega al mismo tiempo, porque ¿a quién le habrá salido este hijo mío? Mira que si me lo cambiaron en el hospital…

No, no puede ser. En el fondo de su alma brilla la benignidad de su padre. Y explico por qué. Si os pensáis que tengo a mis hijos explotados haciéndome ilustraciones para este Blog, os equivocáis. Desde que leí en el Hola que una aristócrata les pagaba a sus niños las infantiles contribuciones a su empresa, me propuse no ser menos.

Así que los dibujos son por encargo y re-mu-ne-ra-dos. Al principio les pagaba 1 euro, pero cuando empecé a autoinsultarme llamándome “rata”, decidí subir el precio a 2 eurazos como dos soles. Pero ahí estaba mi niño, genéticamente bueno como su padre, que me dijo: “No, mamá, con 1 euro es suficiente”. Y esto es lo que me hace dudar seriamente de que vaya a acabar siendo político. O constructor.

Tengo que observar concienzudamente cuál es su evolución. Y si finalmente se confirma que le tira esto de la cosa pública, contratar desde ya a Mario Vaquerizo como asesor de imagen. Ya me estoy imaginando a Alaska abriendo sus mítines a los sones de “A quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga…”. Ay, qué ilusión, ¡mi niño en un reality de la MTV!

Terry Gragera
@terrygragera

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