Archivo | octubre, 2014

Mi cosmólogo particular

29 Oct

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Ca-no-ni-za-ción ¿En vida? ¡En vida si es menester! Canonización para el papa Francisco, que me acaba de resolver el enigma familiar más menesteroso con el que me encuentro a diario.

Sí, queridos, porque no hay noche en que Teo, justo antes de dormir, no vuelva con el tema del Big Bang, el Génesis y la dichosa colisión de partículas.

-Mamá, entonces, ¿cómo se creó el mundo: con el Big Bang o fue Dios?

Yo intento hacer un remix a lo King África y, aunque tengo tentaciones de contestarle:

-Booooooomba, para dormir esto es una booomba…

… Me muerdo la lengua y le digo que fue mediante el Big Bang, pero que Dios estaba primero.

-Ah, ya, osea –dice mi retoño- que se produjo el Big Bang, pero Dios estaba ahí pendiente.

Entonces asiento con la cabeza, mudita viva, a ver si puedo desviar la conversación, pero Teo insiste:

-Pero ¿cómo no le hizo daño a Dios la explosión?

Momento en el que, cual suegra incomprendida, me pongo a carraspear compulsivamente.

-Teo, este tema es un poco difícil, ¿no?

-¿Por qué? A mí me interesa mucho saberlo.

-Bueno, en realidad creo que lo del Big Bang es una teoría, y nunca llegaremos a saber lo que pasó.

-Pues sí, porque seguro que en alguna galaxia quedan partículas de esas y se puede saber…

“Lo que tú digas, cariño”, contesto como si fuera mi santo dándome la razón.

Pero mira tú por dónde, el Papa Francisco ha devuelto la luz a nuestras tinieblas y ayer casi palmoteo con las orejas cuando leí de su boca: “El Big Bang no contradice la intervención creadora divina sino que la exige».

Así que a partir de ahora, no pienso contestar otra cosa que esta, una y otra vez, una y otra vez, apostillada, eso sí, con un “dogma de fe, hijo, dogma de fe”.

Creo que mis dos polluelos tienen un gen raro que les hace cuestionarse este tipo de cosillas… de niños. Porque Ada ya me planteó hace años que dónde estaban los dinosaurios durante la Creación y Teo estuvo muy, pero que muy ocupado tratando de descubrir cuántas dimensiones tienen las sombras y si la nada existía.

Un gen o los dibujos animados que ven. Una de las dos cosas tiene que ser, os lo aseguro, porque a su padre y a mí no nos da por esas disquisiciones.

Ay, si no fuera por el Papa Francisco, mi cosmos seguiría preso del lío universal.

Terry Gragera
@terrygragera

Compartiendo WC con la ministra

21 Oct

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Casi me atraganto cuando, en plena cena, Ada lanzó al viento esta pregunta retórica:

Mamá, ¿a qué edad empieza la tercera edad? ¿A los 40?

No sé cómo, pero logré reponerme del susto traicionero. ¿¿Pero así me ve mi niña?? ¿Tan senil?, ¿tan viejuna?

La conversación había derivado en aquellos derroteros a propósito de “El Chinchilla”, uno de esos ilustres profesores que dejan huella para toda la vida.

Les contaba a mis churumbeles cómo momentos antes de que él accediera al aula, las alumnas (estábamos en un colegio de monjas solo para chicas) nos quitábamos lazos, horquillas, pañuelos o todo aquello que pudiera hacernos destacar a los ojos de aquel docente cercano a la jubilación que nos sacaba a la pizarra a la voz de:

“Túúúúú, la del lazo rojo”

Así que, en pleno BUP, nos recuerdo tratando de eliminar cualquier distintivo y deslizándonos casi hasta los hombros por la silla de formica para que aquel profesor (¡para más inri!) de matemáticas no descargara ese día en nosotras su atronador desconsuelo porque no nos había llamado Dios por el camino de las derivadas e integrales.

Las tizas volaban en aquella clase si a alguna se le ocurría hablar o susurrar mientras él explicaba en el estrado. Las tiraba, además, con efecto, echando el brazo hacia atrás para coger impulso. Aún me acuerdo casi 30 años después, pero para decepción de algunos, ni me traumatizaron aquellos episodios ni tampoco me hicieron amar menos (de lo que ya de por mí misma amaba) las matemáticas.

Me imagino que en estos tiempos, ese hombrecillo ya muy mayor y malhumorado hubiera sido llevado, cuando menos, ante el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Pero entonces los padres nos dejaban frustrarnos y sufrir un poquito y esas cosas.

Pensaba en ello este fin de semana en que me he reencontrado con las compañeras con las que viví cinco años en mi Colegio Mayor de Madrid mientras estudiaba la carrera. Volví a visitarlo después de 20 años y, aunque muchas cosas siguen igual, otras muchas están muy diferentes, especialmente porque la mentalidad de padres y estudiantes ha cambiado demasiado en tan solo dos décadas.

De las largas esperas en las cabinas telefónicas para llamar, al omnipresente móvil; de los baños compartidos, al aseo completo en la habitación; de las 2 de la madrugada como hora máxima de entrada los fines semana (lo que nos hacía correr cual Cenicientas customizadas a lo Speedy González), al horario sin restricciones nocturnas. Y, pese a todo, no cambiaría mi época por ésta, porque me enseñó a esperar, tolerar y adaptarme a lo que no me gustaba. ¿Habremos desaprendido todo eso a la hora de educar a nuestros hijos?

Para no seguir poniéndome trascendente, como apuntaría mi santo, os diré que de aquel grupo salió una muy buena cosecha de mujeres fuertes, brillantes y con mucho que ofrecer, espléndidas ahora a sus 40 y tantos: ingenieras, arquitectas, economistas, abogadas, periodistas, médicos… ¡Pero si hasta tenemos a la ministra García Tejerina entre nosotras! Ay, cuando pienso que he compartido waterclose con ella se me cae una lágrima de emoción.

Lo que me lleva a considerar que si se puede llegar al Gobierno después de valerse de los mismos WC que otras 100 estudiantas, ¿no nos estaremos pasando con tanta alfombra roja para nuestros niños-púberes-adolescentes-jovenzuelos?

Tengo que meditarlo seriamente mientras disfruto de las fotos que mis compañeras han subido al Facebook. Que eso sí, vendremos de la cabina de José Luis López Vázquez, pero nos hemos puesto al día, y con nota, en un pispás, ¿qué os creíais?

 

Terry Gragera
@terrygragera

Yo quiero ser una Cleopatra woman

14 Oct

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No os penséis que me voy de rositas cuando, como la semana pasada, falto a mi cita bloguera, no. Ahí está mi madre, rodillo en mano, para recordarme mis obligaciones, ¡menuda es ella!

En mi oficina es de sobra conocida porque indefectiblemente cada miércoles en que no hay post suena un teléfono. Es ella. Ella llamando a eso tan antiguo que denominamos «el fijo» para comprobar si estoy en mi puesto de trabajo. Si es así, no estoy enferma, y si no estoy enferma… ¿¿¿¿por qué diantres no he escrito el post????

Así son las cosas, amigos. Cuando le digo que estoy bien, que los niños también y que simplemente no me ha dado tiempo, me pregunta: «¿Pero qué haces por las tardes?».

No me gusta confesarle que los baños diarios en leche de burra ocupan gran parte de mi inacabable tiempo de asueto y relax y que luego si masaje por aquí, peeling por allá, manicura tailandesa de meñiques, pedicura ultra posh, retoque de mechas, atelier de temporada… En fin, que un día voy a cansarme de tanto ocio intrascendente.

No entiendo a las mujeres que pasan la tarde corriendo sin parar del colegio a las extraescolares parando entre medias en la frutería y la tintorería para una vez en casa hacer la cena mientras corrigen los deberes e intentan poner el mínimo orden entre la prole.

Yo no. Yo soy distinta…

¡Ja!

Bueno, para mi madre, visto lo visto, sí. Si fuera por ella, yo ya sería ministra, viceministra y presidenta del Gobierno, y con todos los honores, porque cada vez que hay un nombramiento, mi progenitora aprieta los dientes y dice: «Ahí tenías que estar tú».

No está mal eso de que tus padres crean en ti, no, pero todo tiene un límite, mamá. Y entre esas cosas, las 24 horas que, sí o sí, tiene cada día y que a mí me cunden tan poco. ¿Cómo lo haría Cleopatra?

Así que, queridos míos, si una semanita no aparezco, perdonadme, es que no me llega el tiempo o no me responde la cabeza, que todo puede pasar. Que ha sido cumplir 43 y declararse mis neuronas en rebeldía cual caracol en mitad de un maratón.

Mamá, ponlas firmes y a trabajar. Pero a la voz de ya. Como tú sabes.

Terry Gragera
@terrygragera