Archivo | septiembre, 2013

Marx y Kaká en el parque de atracciones

24 Sep

blog_montañarusa

Atención, pregunta: ¿cuál es el lugar en el que se pueden contemplar más insinuantes barrigas cerveceras bajo camisetas de Messi, Ronaldo o Kaká?

-“En un campo de fútbol”… ¡Meeeec! Incorrecto

-“En una manifestación pidiendo que haya Liga 12 meses al año”… ¡Meeeec! Incorrecto

-“En un debate sobre el imperativo categórico de Kant”… ¡Meeeec! Casi, pero incorrecto una vez más.

Por favor, pensad un poco. ¿Es que no os habéis tropezado con hordas de hombres que, sin ningún pudor, se calzan la ca-mi-se-ti-ta de licra de su jugador y/o equipo favoritos como si fueran a redimir al mundo: ¡¡¡cada vez que acuden a un parque de atracciones!!!?

¡Qué estampa! ¡Qué aparición! ¡Qué pintas! Por esto (aunque no sólo por ello) ir con tus hijos a un recinto de este tipo es todo un acto de amor. Yo, como a mis niños los adoro, me fui el domingo a la Warner a empaparme de tatuajes king size al descubierto y equipaciones varias. Pero si hasta vi una de cuando Butragueño jugaba, allá por el Pleistoceno, en el Atlético Celaya; que eso es amortizar…

Al margen de esta pasarela de estilo, la visita resultó de lo más instructiva. Sí, porque aproveché para iniciar a mis hijos en los postulados del marxismo cuando me preguntaron: “¿Por qué esos niños no esperan la cola y nosotros sí?”. Ajajá. Buena cuestión.

«Pues esos nenes y sus papás tan simpáticos no esperan la cola de las atracciones porque han pagado un suplemento especial para diferenciarse del resto y, más chulos que un ocho, saltarse todas las esperas y colocarse los primeros cuando vosotros, hijos, lleváis aquí media hora a pleno sol, para que unos enteradillos os den lecciones de capitalismo salvaje y os planten en toda la cara que vale más el dinero que la inocencia de un niño. Y por eso, Marx ya habló de la lucha de clases hace dos siglos. Pero no os preocupéis, vuestra madre y vuestro padre son honrados trabajadores con la conciencia tranquila; a saber de dónde han sacado el dinero ellos”.

“Jo, mamá, cómo te enrollas, y ¿todo eso para decirnos que tienen un fast pass?”.

Ejem. Para pasar el trago, y como buena madre abnegada, me monté con mis niños incluso en una montaña rusa familiar. El shock vino después cuando, buscándome en la foto de los mejores momentos revuelve-estómagos no me veía. “Ada, parece que no ha salido la nuestra”. “Pero mamá, si estamos ahí”. Aquello fue un cataclismo. Debe de ser que mi santo ha trucado el espejo del baño para que no me deprima, pero ver mis carnes gravitatorias en una instantánea sin photoshopear fue demasiado. Ay, virgensantadelapiedadbendita, ¡qué me he comido yo para merecer esto!

Total, que salí de allí con un bajón de caballo entre los modelitos futboleros, los listillos del pase rápido y la foto canalla que me devolvió a mi cruenta realidad postvacacional.

No obstante, al menos en esta ocasión a Teo no le dio por ejercer de enviado del mismísimo Rouco Varela. Como algunos ya sabéis, mis hijos no tienen inconveniente en hacer aguas mayores donde encarte; es más, parece que es un aliciente insalvable porque en cuanto salimos a la calle, ahí están ellos proclamando su urgencia rectal.

Así que, siguiendo sus instintos más básicos y primarios (que, dejo claro, no ha heredado de mí), nos hallábamos en el Parque de Atracciones hace dos años cuando Teo le pidió a mi santo ir al baño. En el servicio de al lado alguien debía de tener una apretura inaplazable, porque cuenta mi imponderado esposo que se oían ruidos extraños y por la parte de abajo se dejaban ver cuatro pies adultos, en lugar de dos.

Y digo que mi niño es un adalid de la moralidad perdida porque, ni corto ni perezoso, y con toda inocencia, comenzó a pisar con (mucho) ahínco esas sandalias tan juntitas, que, claro pensaría él, estaban en el sitio equivocado, provocando, casi con total seguridad, un interruptus como Dios manda. Ay, si en Roma se enterasen de esto me lo hacían papable…

Desde luego, lo que da de sí una jornada familiar. Para que digan que los parques de atracciones son caros. ¡Pero donde vas a reunir tan impagables enseñanzas! Filosofía y estética en estado puro. Si los griegos levantaran la cabeza, ponían un parque temático en el mismísimo Partenón.

Terry Gragera
@terrygragera

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¡Manda huevos!

17 Sep

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Algunos de los lectores más fieles de este Blog son también buenos amigos. Tengo a Pedro, el “niño del F5”, que me acucia insistentemente en cuanto el post no sale a primera hora del martes; tengo a Eva, la mejor reenviadora del planeta; tengo a Laura, que me ha ido siguiendo por el proceloso mundo de Internet y, entre muchos otros más, tengo a David, “el de los huevos”.

Así al menos fue rebautizado por mi hermana Elisa cuando, como ya os conté, en un campamento le dio por desarrollarnos la teoría de por qué era más rentable que los ídem se vendieran en packs de 4×3 en lugar de en cartones de 6×2. Ojiplática y turbada, desde aquel momento le dio al mozo otra identidad, de tal forma que cuando en casa hacía alusión a él siempre era con la coletilla de “tu amigo el de los huevos”.

No sé si los demás tenéis la misma impresión que yo, pero mi vida es totalmente circular u ovoidal. Las historias se abren en un punto y se cierran en el mismo. Pues bien, en este asunto de los eggs, he podido comprobarlo de nuevo.

Hace poco asistía a una comida de trabajo en la que se nos hablaba de disfunción eréctil. Y claro, compartir mesa y mantel con veinte extraños, entre médicos y periodistas, que degluten mientras hablan de penes y erecciones parece más propio de una película de Almodóvar, pero así fue. El caso es que entre los platos del muy suculento menú, el segundo intitulaba así: huevo poché sobre crema de patata, trufa y tierra de torreznos. Muy propio.

Pedro y David son ilustrísimos miembros de la Cofradía del Torrezno, por eso en cuanto acabé con el huevo poché y con el postre (a base de bizcocho de fruta de la pasión… que ya es afinar), me fui directa a enviarles un correo: “He estado en una comida sobre disfunción eréctil y ¡cómo me he acordado de vosotros!”.

Creo que cual vedettes de revista, tan sólo les falto levantar la patita peluda y canturrear: “Agradecidos y emocionados, solamente podemos decir, vete a tomar por allí”. Pero no, la amistad vale mucho más que todo eso. Y, afortunadamente, sigo dando fe de ello.

Así, con el paso de las semanas, y como un hombre fiel a su destino, David se ha visto envuelto de nuevo en un asunto oval. En un arranque de filantropía, hace unos días me facilitó un tema fascinante e inspirador para este Blog: por qué los hombres que tienen los testículos pequeños se involucran más en el cuidado de los hijos. ¡Quietos todo el mundo! Ojo con las conclusiones precipitadas, que mi amigo es un ser cabal con dos carreras en su expediente.

Sí, queridos, sí, unos investigadores americanos se han tomado la molestia de estudiar la correlación entre el tamaño de salva sea la parte y el tiempo, el amor y la atención que los padres dedican a sus niños. Y como no se puede tener contento a todo el mundo, a los menos dotados les han dado una palmadita en la espalda por buenos progenitores, mientras que a los que rebosan testosterona les han dicho que eso de la crianza, para la próxima reencarnación. 

Yo no tengo problema (¡faltaría más!), pero lanzo en este momento un mensaje a todas las casaderas que me quieran escuchar: no os fijéis ni en el color de los ojos ni en la altura ni en la cuenta corriente de vuestros pretendientes. Hacedme caso: para elegir marido, comprad un traje de torero, ponédselo al maromo y ved qué tal calza. Que no hay nada que arregle más la vida que un buen padre en casa.

Y si tenéis dudas, llamadme sin compromiso, que yo le pido el favor a mi amigo David o a mi amigo Pedro y en un minuto os montan una fórmula matemática teniendo en cuenta caída, turgencia y complexión de la zona a analizar para que elijáis con garantías.

Ya se dijo en el Congreso aquello de “manda huevos”; menos mal que estoy yo para hablaros del tamaño…


Terry Gragera
@terrygragera

Feliz (y relaxing) vuelta al cole

10 Sep

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Lo confieso. He hecho algo horrible. Espeluznante. Pavoroso. Ejem… Digamos que mi hija no está muy animada con eso que se denomina sin piedad la FVC (feliz vuelta al cole), así que después de estrujarme el cerebelo con mil y una respuestas a su pregunta feliz: “Dime para qué me sirve ir al colegio”, he tenido que hacerlo.

No me valió de nada replicarle “para aprender” (pues ya me enseñáis vosotros en casa), “para tener más amigos” (ya puedo conocerlos en la piscina), “para hacer actividades interesantes” (con vosotros me lo paso genial)… y toda la retahíla que mis pobres neuronas a punto del colapso pudieron exponer.

Ella, erre que erre: que eso de que en el cole se lo pasan bien es un cuento y que si a mí me gustaría hacer deberes cuando saliera de la oficina, que lo que le interesa de verdad es jugar, hacer manualidades y cuidar de nuestro pequeño zoo como en verano.

Eran las 10 de la noche, pero me corría el sudor por la espalda, así que tan acorralada me vi que no tuve más remedio que tirar por la calle de en medio. Sé que debería cuidar más lo que hago y lo que digo para no traumatizar a mis niños, pero no tuve alternativa. Y lo hice… ¡¡¡¡Le puse el discurso de Ana Botella en inglés!!!

Durante esos dos minutos vi cómo los ojos se le salían de las órbitas, cómo iba abriendo y cerrando la boca, cómo se tocaba los oídos para despejar bien el conducto auditivo. Y yo, una madre sin escrúpulos, aproveché el momento para plantearle sin piedad: “Por esto tienes que ir al cole, hija mía, precisamente por esto”.

Ada debió de sentirse touché porque no dijo ni mú, se volvió a la cama, me dio un beso de buenas noches y se durmió sin rechistar antes de lanzar una mirada benevolente a su mochila.

Yo, sin embargo, no he podido pegar ojo en toda la noche pensando qué clase de monstruo soy que en vez de proteger a mi hija de todo susto, sobresalto o impresión la lanzo al abismo para engendrar terribles pesadillas en su mente. ¡¡Mi niña sólo tiene 10 años!!

Al menos, el atropello me ha salido bien. Esta mañana cuando le he preguntado si estaba más motivada para ir al cole, me ha contestado en un nanosegundo: “Yes, certainly, I am wishing it”, con un acento británico que para sí quisiera Michael Robinson.

No obstante, me arrepiento. Todo tiene un límite. Insensata de mí. Creo que necesito a relaxing cup of café con leche. Me voy pitando a la Plaza Mayor.

Terry Gragera
@terrygragera

Mis amigos del Club

3 Sep

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Como algunos ya sabéis, conocí a la joya de la corona, esto es, a mi santo, en el Club. ¿En el de Poooolo, en el de Caaaaampo, en el de Tiro de Pichóóóón? (pronúnciense todos ellos como hacia dentro, ¿saesss?). Pues no, me encontré con él en el Club Aspacen, un oasis donde jóvenes con y sin discapacidad nos reuníamos a charlar, bailar y ligotear los sábados por la tarde.

Gracias al Club tengo dos hijos, un marido (a ratos bueno, a ratos mejor) y también un montón de amigos del alma que conservo desde los 20 años. A lo largo del tiempo, muchos de los voluntarios nos hemos ido casando entre nosotros (cada uno con el suyo o la suya ¿eh?, sin desmadrear) y ahora vamos juntos por ahí, con trece niños a cuestas, como si fuéramos una sola familia.

Para reproducirnos, todos hemos empleado el mismo método. Obviedades aparte (tranquilos, que en este blog siempre hay horario infantil protegido), la cosa consiste en organizar una comida de Navidad. Pareja que la convoca, pareja que se queda embarazada al año siguiente. Comenzamos en nuestra casa un diciembre de 2001 y, milagrosamente, nunca nos ha fallado el invento, tanto que ya van trece churumbeles y estamos por patentarlo…

Algunos años ha habido disputas, pues todos queríamos reunirnos en nuestra casa, y otros como estos últimos, con los cupos familiares a punto de estallar, ya nos vamos batiendo en retirada. “No, mirad, mejor una meriendita allá por febrero”, “pues es que a nosotros no nos viene bien, que tenemos que cambiarle el alpiste al canario”… Aunque al final siempre hay suerte, pues algún valiente o insensato acaba ofreciéndose, aun a riesgo de tener familia supernumerosa.

Una de las mejores cosas de que sigan naciendo niños en el grupo es que podemos ir a conocerlos al hospital. Ése es un día grande porque, siguiendo la tradición, acudimos todos juntos para agasajar con cervezas frías al padre, mientras la madre devora el embutido que no ha podido degustar en todo el embarazo. Me conozco al dedillo el gesto de estupefacción de cada una de las enfermeras que al entrar en la habitación de la recién parida casi se caen de espaldas por el olor a chorizo. ¿Quién había dicho que los bebés olían a Nenuco? Los nuestros huelen a morcón de lomo.

Sí, mis amigos son especiales. Por ejemplo, Esther es la única persona en el mundo con el don (real) de la ubicuidad; David es el único ser (sin inteligencia artificial) que podría disertar, en pleno campamento, sobre la rentabilidad de cambiar el diseño de los cartones de huevos y Pedro es el único ingeniero capaz de apoyar una tabla entre una barandilla y un caballete, colocar encima una escalera, subirse, caerse y seguir manteniendo después que el invento era seguro. Podría hablar también de Rosa y de su admiración por los que vivimos en “tiempo real”, de Virginia, de Alberto I o de Alberto II (que con su lenguaje críptico deja en pañales a la Piedra Rosetta), de Patricia y su gula con las quesadas, de Rocío, de Juan Antonio, de «Maia», de Pepón…

Ya que me he puesto sentimental, voy a aprovechar para hacer una cosa que siempre he querido… “¿Puedo saludar?”, me pregunto a mí misma. “Sí, anda, saluda…”, me contesto simulando incomodo. “Pues aprovecho este blog para saludar a mis amigos del Club que tanto quiero, y especialmente a Pedro y Esther que necesitan ahora muchos achuchones”. “¿Algo más?”, me apremio. “Bueno, sí, que a ver quién organiza este año la comida de Navidad”.

Pido no. O sí, que nunca se sabe.

Terry Gragera
@terrygragera

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