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Kira, la robacorazones

20 Nov

blog_ocasoEl post de esta semana sale un poco más tarde de lo habitual por asuntos estrictamente familiares. Y digo familiares porque Kira, nuestra cobaya, con su saber estar cual dama de la alta sociedad se había ganado a pulso ser considerada una más de la familia. Siempre discreta y tranquila, había conseguido robarme el corazón incluso a mí, que fui el mayor escollo para que acabara recalando en casa, gracias a la alergia de nuestra amiga Amaya y a la generosidad de su hija Claudia.

Pero esa naturaleza delicada tiene también sus contrapartidas, y el lunes se fue a hacerle compañía a San Francisco de Asís, que a este paso nos va a pedir un plus por cuidar de tantas mascotas allí arriba.

Mi jefe, que demostró sobrada sabiduría al contratarme, me decía que el problema de los animales domésticos es el cariño que les toman los niños y lo mal que lo pasan cuando se van. Y tiene razón. Pero sólo a medias. Porque para Ada y Teo, este proceso de ida y vuelta ha sido todo un aprendizaje.

Ayer en casa lloró hasta el apuntador. Unos por dentro, como mi santo, y otros a lágrima viva, como los niños, o intentando mantener el tipo, como en mi caso. Pero esta dolorosa experiencia nos ha servido y nos servirá para pensar en lo que nos enseñan quienes nos rodean, en las vivencias que compartimos y en lo que significa echar de menos y tolerar la tristeza. La propia y la de los hijos que, en mi caso, es lo que más me cuesta porque debí de saltarme la vacuna de la sobreprotección como amable e insistentemente (muy insistentemente) se encarga de recordarme mi querido hermano Fernando.

Hoy, y a pesar de mis miedos, tengo que reconocer que los peques están mejor de lo esperado; sin embargo, mi santo y yo seguimos renqueando al pensar en la encantadora cobaya.

Las perspectivas el lunes no eran halagüeñas: “Pues yo mañana no quiero ir al cole”, “me da igual suspender el examen”, “tengo ensayo de la obra de Navidad y no voy a poder hacerlo”… Un dramón en toda regla. Aunque según fue avanzando la tarde, cada uno fue definiendo su duelo. Ada siguió llorando durante horas y horas (al estilo de su madre) y Teo se escoró al lado pragmático (a la manera de su padre).

-“Mamá, ¿estará abierto el kiosco todavía?”.
– (Querrá una tarjeta de despedida, pensé yo). “¿Para qué, Teo?”.
– “Para que me compréis unos go-gos y así se me quita la pena”.
– “Pero, Teo, ¡¡cómo puedes pensar en eso ahora!! “, hipaba su hermana.

Eso se llama sacar rédito del asunto. Si cuando yo digo que este niño va para político, no ando desencaminada.

Luego tocó charla en la cama con los dos. Cada uno en su estilo.

-“Mamá, ¿se puede uno morir después de muerto?”.
– “No, Teo, pero ¿para qué quieres saber eso?”.
– “Porque si en el cielo Kira se pone muy malita y se muere allí, ¿adónde irá entonces?”.

Ay, qué carraspeo.

-“Vale, entonces, ¿cuánto se tarda en llegar desde la Tierra hasta la atmósfera?”.

Uf, qué sofoco.

Para deducciones astronómicas estamos…

Mientras, Ada se admiraba de la respuesta de su papá, un hombretón de 43 años, que salía no corriendo sino volando con la cobaya hacia el veterinario. «Cómo nos quiere, papá». Y recordábamos juntas el reciente cumpleaños de Kira, que por supuesto habíamos celebrado, con un gorrito de fiesta casero y una tarta hecha a base de zanahoria, calabacín y heno que hizo las delicias de la homenajeada.

Lo dicho, que cada cual vive la pena a su manera. Unas al estilo de Anne Shirley en Ana de las Tejas Verdes, y otros con la calculadora en la mano. Pero todos con sentimiento por haber perdido a la adorable Kira. Al final no lo vamos a estar haciendo tan mal.

Terry Gragera
@terrygragera

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