Yo no voy a ser menos, así que… ¡ABDICO! Abdico de la Operación Bikini. Y vosotros, mis queridos lectores, os preguntaréis: “¿por qué?, ¿por qué?, desvélanos el motivo de tu renuncia…”.
Pues bien, ahí voy. Renuncio, abandono, depongo… toda intención de volver a ponerme un dos piezas bañícola.
Este año será el primero porque hasta ahora me había ido autoengañando: “Pues me compro un pareíto y disimulo un poco”, “pues me pongo este modelo que es más tapadito”.
Pero creo que ha llegado el momento de asumir: ¡¡¡que ya no tengo cuerpo para esas alegrías!!! Que la lorza y el bikini nunca se han llevado bien y que estoy harta de caminar por la piscina a lo Anita Obregón metiendo tripa aun a riesgo de quedarme un día sin aire.
Así que se acabó. Desde este año: bañador al canto. Sniff, sniff.
Sí, moqueo y lagrimeo porque tengo alergia… Una terrible e inoportuna alergia.
Aunque, en el fondo me da igual no ser ya la mozitatiposa que encandiló a mi santo…
En el fondo no me importa que el bañador tarde en secarse mil horas después de salir del agua, pegándose ahí bien al cuerpo como para que no se te olvide que es tuyo…
En el fondo me es indiferente (o inverosímil, que diría Sofía Mazagatos) no broncear ¡nunca más! esa delicada tripilla que me adorna…
Ya veis, una va cumpliendo años con total tranquilidad, asumiendo el paso del tiempo con toda sensatez, acercándose a la senectud con plena aceptación… ¡¡¡y-una-M-así-de-grande!!!
Porque, encima, me he comprado dos bañadores oscuritos y bien renegridos para disimular aquello justamente que me ha hecho enemiga del bikini. Ah, y con refuerzo abdominal, para que quepa, sí o sí, todo lo que se tenga que recoger.
Por lo que he podido comprobar, no soy la única que se empeña en que hay cosas que no pueden descolgarse de su sitio original. Fui testigo el otro día al probarme un bañador que mostraba cierta “descosura” por la parte del trasero, después de que una clienta se lo intentase calzar tras asumir igual de bien que yo el paso del tiempo.
“Es que hay gente que se empeña en meterse en el bañador aunque no quepa y lo acaba reventando”, me dijo la dependienta.
“Hay gente pató”, contesté tan ricamente.
Y salí de allí con mi bañador nuevo, con las costuras intactas por ahora, pero en franco peligro de explosión.
Si se hubieran cumplido los pronósticos de mi madre cuando nací: “El Príncipe, para mi niña”, ahora no me encontraría en esta tesitura, pues me habría hecho ya nosecuantas lipos y retoquillos sin importancia, para tener un tipín regio como exige la situación.
Mi madre iba encaminada, pero erró en el último momento: el Príncipe acabó casándose con una periodista, sí, pero no fui yo. A mí el destino me tenía preparado no a un príncipe, sino a un santo. ¿Se puede pedir más?
Aprovechando la coyuntura, y ya que estamos metidos en faena, pido desde mi humilde blog un cambio de modelo, pero nada de asuntos intrascedentes como monarquía o república o cuestiones afines. Vamos a lo verdaderamente importante: ¡abajo la Operación Bikini, arriba la Operación Refajo!
Terry Gragera
@terrygragera
Comentarios recientes