Este post debería estar vetado para ellos, para los maromos con los que compartimos vida y familia, así que ya sabéis, varones todos que osáis entrar en este humilde blog: fus, fus, por favor. Lo que voy a tratar aquí es un asunto de alto secreto.
¿No os habéis enterado de que entrando ahora mismito en la web del Marca regalan un pase vitalicio para ver a la Selección Española de Fútbol y un crédito ilimitado de cervezas?
Ahora sí, creo que por fin nos hemos quedado solas de verdad.
Queridas mías, no deseaba que hubiera ninguna criatura humana del sexo masculino por aquí, y mucho menos mi santo, porque por primera vez voy a darles… ¡¡¡la razón!!! Sí, sí, ya veis que es muy grave.
Todo empezó cuando el pasado viernes mi amantísimo esposo decidió irse con los niños a la nieve. Yo trabajaba, así que, entre compungida y pesarosa, no tuve más remedio que tirarme toda la tarde haciendo algo que ya casi no recordaba: tumbarme a la bartola en el sofá a ver la televisión. ¡Mis lumbares y mis meninges no daban crédito!
Pero hete tú aquí que fueron pasando las horas y la expedición alpina seguía en la nieve, y seguía, y seguía. Fue el teléfono el que me sacó de dudas:
-”Mamá, llevamos más de cuatro horas en la nieve. ¡¡Hemos hecho un iglú…!!”.
-«Estamos helados, mamá, no siento los pies, mamá. Yuhu, qué divertido”.
– «Se nos ha hecho de noche, mamá. Llevo los calcetines empapados…”.
Claro, cómo imaginaréis, a mí me faltó tiempo para monologar a gusto:
Yo-a-este-hombre-me-lo-cargo-pero-como-puede-ser-tan-insensato-con-el-frío-que-hace-pero-qué-iglú-ni-iglú-cómo-se-pongan-malos-me-va-a-oír-y-con-los-calcetines-calados-pero-a-quién-se-le-ocurre…
Casi una semana después, mis niños no han tenido ni un moco, ni una tos o un estornudo, pero siguen recordando encantados su aventura con el iglú. Y digo yo, ahora que no nos oyen los mancebos, ¿no será que las madres somos demasiado exageradas en ocasiones?
¿Cuántas veces nos hemos empeñado en ir con el niño al médico o a Urgencias por nuestra natural tendencia a sobreponderar todo lo que tiene que ver con nuestros hijos? Confesad, confesad todas.
Y lo peor es esa cara de acelga que se te queda en la consulta cuando el niño, milagrosamente, ya no tose, ni está decaído, ni vomita, ni nada… Y eso que has asegurado que había alcanzado los 38,5 ºC de fiebre cuando el termómetro apenas había pasado de los 37,5 ºC. Pecadillos maternales, mentirijillas sin obligación de confesión… Que las hemos hecho todas, pillinas.
Claro que hay pediatras que ya se conocen bien las letanías de las primerizas. Recuerdo bien a la que teníamos cuando nació Ada. En aquella época en que por un moquillo escuálido de nuestro bebé, íbamos padre y madre (juntitos los dos y con la cara transida por la preocupación) disparatados a la consulta.
Delante de la pediatra, yo relataba vehementemente la peligrosidad indiscutible de aquella pobre mucosidad que tímidamente se asomaba al orificio nasal de mi niña. Ella me dejaba acabar sin rechistar, momento en que sin cortarse un pelo preguntaba: “¿Y qué dice el padre?”.
Con el tiempo he comprendido que aquella pediatra tenía mucha mili hecha, y que sabía que el juicio más reposado no se lo iba a proporcionar nadie más que mi santo, el padre de la criatura (del horrible moco).
Pero al margen de los episodios médicos, hay más. ¿Quién de vosotras no ha dicho: «Me preocupa, Ataúlfo, me preocupan las compañías del niño. No quiero que se junte con esos compañeros o acabará mal». «Pero Ataúlfa si sólo tiene 9 meses y va a la guardería». «Ya, pero nunca se sabe». O «Me preocupa, Ataúlfo, me preocupa que a este niño no le gusten las frutas tropicales». «Pero Ataúlfa si a ti tampoco te gustan y tienes 40 años». «Ya, pero ¿y si le da el escorburto?». Y así sucesivamente.
Nosotras imaginamos increíbles catástrofes, hecatombes y desastres, como el resfriado-de-una-semana-en-cama-post-iglú, que iban a pasar mis hijos. Y mientras, ellos ponen ese gesto de pez tan inconfundible con el que asienten una vez más: «Lo que tú digas, cariño».
Así que por esta vez hago examen de conciencia y lo comparto con vosotras. Eso sí, nada de hacer partícipes a los esposos fieles que con su amor nos deleitan. Que quede entre vosotras y yo. No sea que tengamos que dejar de mandar. Y por ahí sí que no paso, amigas. Por ahí sí que no.
Terry Gragera
@terrygragera
Comentarios recientes