Creo que estamos sobrecriando a nuestros hijos. (Y éste es el momento en que mi suegra se descoyunta asintiendo). Y así lo conjeturo después de preguntarle a Teo: “¿Tú a quién quieres más?”. Estábamos en su cama, después de los pertinentes cuentos de cada noche, y me arrebujé a su lado con los ojos entornaditos para recibir con todos los honores lo que tantas otras veces había escuchado: “A ti, mamá”.
«Sólo un poquito más que a papá, pero a ti”…. ¡¡Suficiente!! Me decía yo intrínsecamente, mientras, presa del disimulo, lo reconvenía: “Pero nos tienes que querer a los dos igual… aunque, bueno, si es un poquito solo, no pasa nada porque me quieras más a mí”.
Hasta ahora. Porque el dichoso niño ha cambiado. Y ni madre ni padre ni hermana. “¿A quién quieres más, Teo?”… “A MÍ”.
Eso me pasa por leer manuales cómo “Autoestima infantil para padres inútiles”, “No haga de su hijo un adulto frustrado” o “Lo primero es lo primero (pregúntele a sus hijos si tiene dudas)”. Por empapármelos y, sobre todo, por aplicarlos. Resultado: un niño con una autoimagen estratosférica que me desbanca en sus quereres.
Pero ¿cómo que a ti? Y ¿quitándote a ti?”. “¿Valen Kira y Cotton?”, me pregunta. Kira y Cotton, una cobaya y un conejo enano, que han ocupado nuestro salón con más encono que los del 15-M. ¿Cómo puede equipararme mi hijo a unos animalejos? A mí, su madre, que lo he parido con dolor…(porque no me hacía efecto la epidural, vale, pero con dolor).
Acongojada por lo que pudiera venir, tuve que decirle que en el ránking no valían otras especies vivas, porque lo mismo me ponía detrás de su planta carnívora come-moscas. Entonces se vio acorralado e hizo un triunvirato en el que nos metió a su padre, a su hermana Ada y a mí en el mismo saco. “Bueno, os quiero a los tres igual”. Fui incapaz de hacerle confesar si al mismo nivel que él o más abajo, pues bastante berrinche tenía con mi destronamiento como para indagar siquiera un poquito más.
Así es la vida, amigos, siete años preguntándole lo mismo de extranjis y sin sobresaltos, y ahora me viene con esto: ¡con que se quiere a sí mismo más que a nadie!
Desde luego, la educación en el colegio ya no es lo que era. Yo no sé lo que les enseñan. Pero ¿dónde ha quedado ese respeto reverencial por los padres? ¿Esa idolatría fraterna? ¿Ese desprendimiento generoso del amor? Que mi niño era bien bueno hasta que se escolarizó o hasta que descubrió su vocación de político, una de las dos cosas. Que-a-mí-me-lo-han-cambiado.
Sí, sí, es eso. Porque me niego a aceptar que la culpa de ese súper ego sea nuestra (o mía, que soy yo la que voy persiguiendo a mi santo con los manuales de marras). Cualquier cosa antes que darle la razón a mi suegra.
Aunque pensándolo bien: que se quiera ahora a fondo perdido. Total, es cuestión de tiempo, de esperar un poco para recuperar mi hegemonía porque en cuanto se encapriche de su primer móvil: ¿quién va a ser la mamá más guapa del mundo y a la que más quiere? La menda.
Si es que no hay nada como el amor desinteresado… aunque sea por uno mismo.
Terry Gragera
@terrygragera
Comentarios recientes