Mi santo esposo se fijó en mí engañadito. Engañadito vivo. No es que yo empleara malas artes para cazar al mancebo. La cosa surgió así. Y ya está.
Amante de la montaña, del campo y de todos los deportes de riesgo terminados en –ing: (rafting, puenting…), el joven se había propuesto ennoviarse con alguna mozuela que al menos supiera lo que era un “pinsapo”.
Así que ni corto ni perezoso me lanzó la pregunta envenenada y acto seguido debió de pensar: “Ésta es” cuando, no por mi amor al aire libre sino gracias a mi saber enciclopédico, le contesté sin pestañear lo que era el ente de sus desvelos.
Y así empezó una historia que dura ya 22 añitos. ¿Significa eso que yo me he vuelto una campesina feliz cual Laura Ingalls en La Casa de la Pradera? Pues va a ser que no. ¿Supone que él se ha hecho miembro activo de un grupo de filosofía experimental y no hay rincón de biblioteca que no conozca? Negativo.
No tengo ni idea de qué es lo que hace funcionar este matrimonio. Ni la más remota. Y lo peor de todo es que así no voy a poder desvelarles a mis hijos el secreto de la pareja perfecta, algo que para una madre sobreprotectora como yo es fun-da-men-tal.
Por ahora no les he contado aún que deben elegir bien, considerando que los seres humanos tenemos la fea costumbre de mutar en el tiempo. Nos convertimos, evolucionamos, renovamos… Sí, pero siempre a peor.
Así somos, amados lectores. Todos y cada uno de nosotros. A excepción, os revelo, de Alberto Comesaña. Sí queridos, porque de ser el irreverente miembro de los grupos de música de los 80 Semen Up y Amistades Peligrosas (recordad, recordad: “Basta ya de tantas tonterías, hoy voy a ir al grano, te voy a meter…”), ha pasado a convertirse en un respetable padre… ¡¡¡que concursa con sus niños en Juegos en Familia de Boing!!!
Reconozco que aún no me he repuesto tras ver su transmutación en la tele, pero que gracias a ella he renovado profundamente mi confianza en el ser humano. Su reaparición pública como amantísimo marido y progenitor me ha dejado un poso de inequívoca felicidad.
Ha vuelto a mí la esperanza. La quimérica ilusión de pensar que la gente cambia… para bien.
Esto hay que celebrarlo, amigos: me voy a plantar unos pinsapos a la biblioteca de la esquina.
Terry Gragera
@terrygragera
Buenísimo Terry, como siempre, me he sentido totalmente identificada.Yo voy a hacer 24 años de casada y sigo haciéndome las mismas preguntas.
La suerte que hemos tenido en nuestras parejas supongo que radica en que evolucionamos en la misma línea, digo yo…
Muchas gracias, Alicia.Creo que nos seguiremos haciendo estas preguntas por mucho tiempo, y ¡que duren! Un besazo.
Muy bueno el blog! Todavía estás a tiempo de parecerte a Laura Ingalls. Me he acordado de la recopilación de historias de mascotas varias… no te queda mucho para la transformación!
Besos
Alberto Fontana
Muchas gracias, Alberto. No me veo yo como Laura Ingalls, pero nunca se sabe… Un abrazo.
¿Pero tanto tiempo?… ¡Si parece que fue ayer ! ¿Seguro que solo se fijo en ti por lo del pinsapo? ¡No lo creo! , aunque si el chico no se decide lo hubieras perseguido hasta el final. Seguro, mira seguro.
Papá, tendrás que darle clases de paciencia a tu yerno porque le doblas el «padecimiento». Él, 22 años, pero tú ¡¡44!!
Engañadito?, cuantas gracias debe haber dado el mancebo» de aquella equivocacion-, esta UNION, de libro, oye….de libro!.
El mancebo todavía está preguntándose quién la mandaría a él preguntar por el pinsapo. Pero así es la vida 😉
Nunca que te preguntes porque amas a alguien ni porque te aman… hazme caso, el amor no tiene «explicación» 😉
¡Genial!, como siempre.
Muchas gracias, Mª José. Sigo tu consejo. Un gusto verte por aquí:)