Compartiendo WC con la ministra

21 Oct

blog_19oct

 

Casi me atraganto cuando, en plena cena, Ada lanzó al viento esta pregunta retórica:

Mamá, ¿a qué edad empieza la tercera edad? ¿A los 40?

No sé cómo, pero logré reponerme del susto traicionero. ¿¿Pero así me ve mi niña?? ¿Tan senil?, ¿tan viejuna?

La conversación había derivado en aquellos derroteros a propósito de “El Chinchilla”, uno de esos ilustres profesores que dejan huella para toda la vida.

Les contaba a mis churumbeles cómo momentos antes de que él accediera al aula, las alumnas (estábamos en un colegio de monjas solo para chicas) nos quitábamos lazos, horquillas, pañuelos o todo aquello que pudiera hacernos destacar a los ojos de aquel docente cercano a la jubilación que nos sacaba a la pizarra a la voz de:

“Túúúúú, la del lazo rojo”

Así que, en pleno BUP, nos recuerdo tratando de eliminar cualquier distintivo y deslizándonos casi hasta los hombros por la silla de formica para que aquel profesor (¡para más inri!) de matemáticas no descargara ese día en nosotras su atronador desconsuelo porque no nos había llamado Dios por el camino de las derivadas e integrales.

Las tizas volaban en aquella clase si a alguna se le ocurría hablar o susurrar mientras él explicaba en el estrado. Las tiraba, además, con efecto, echando el brazo hacia atrás para coger impulso. Aún me acuerdo casi 30 años después, pero para decepción de algunos, ni me traumatizaron aquellos episodios ni tampoco me hicieron amar menos (de lo que ya de por mí misma amaba) las matemáticas.

Me imagino que en estos tiempos, ese hombrecillo ya muy mayor y malhumorado hubiera sido llevado, cuando menos, ante el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Pero entonces los padres nos dejaban frustrarnos y sufrir un poquito y esas cosas.

Pensaba en ello este fin de semana en que me he reencontrado con las compañeras con las que viví cinco años en mi Colegio Mayor de Madrid mientras estudiaba la carrera. Volví a visitarlo después de 20 años y, aunque muchas cosas siguen igual, otras muchas están muy diferentes, especialmente porque la mentalidad de padres y estudiantes ha cambiado demasiado en tan solo dos décadas.

De las largas esperas en las cabinas telefónicas para llamar, al omnipresente móvil; de los baños compartidos, al aseo completo en la habitación; de las 2 de la madrugada como hora máxima de entrada los fines semana (lo que nos hacía correr cual Cenicientas customizadas a lo Speedy González), al horario sin restricciones nocturnas. Y, pese a todo, no cambiaría mi época por ésta, porque me enseñó a esperar, tolerar y adaptarme a lo que no me gustaba. ¿Habremos desaprendido todo eso a la hora de educar a nuestros hijos?

Para no seguir poniéndome trascendente, como apuntaría mi santo, os diré que de aquel grupo salió una muy buena cosecha de mujeres fuertes, brillantes y con mucho que ofrecer, espléndidas ahora a sus 40 y tantos: ingenieras, arquitectas, economistas, abogadas, periodistas, médicos… ¡Pero si hasta tenemos a la ministra García Tejerina entre nosotras! Ay, cuando pienso que he compartido waterclose con ella se me cae una lágrima de emoción.

Lo que me lleva a considerar que si se puede llegar al Gobierno después de valerse de los mismos WC que otras 100 estudiantas, ¿no nos estaremos pasando con tanta alfombra roja para nuestros niños-púberes-adolescentes-jovenzuelos?

Tengo que meditarlo seriamente mientras disfruto de las fotos que mis compañeras han subido al Facebook. Que eso sí, vendremos de la cabina de José Luis López Vázquez, pero nos hemos puesto al día, y con nota, en un pispás, ¿qué os creíais?

 

Terry Gragera
@terrygragera

Anuncio publicitario

Yo quiero ser una Cleopatra woman

14 Oct

caracol_14sep

No os penséis que me voy de rositas cuando, como la semana pasada, falto a mi cita bloguera, no. Ahí está mi madre, rodillo en mano, para recordarme mis obligaciones, ¡menuda es ella!

En mi oficina es de sobra conocida porque indefectiblemente cada miércoles en que no hay post suena un teléfono. Es ella. Ella llamando a eso tan antiguo que denominamos «el fijo» para comprobar si estoy en mi puesto de trabajo. Si es así, no estoy enferma, y si no estoy enferma… ¿¿¿¿por qué diantres no he escrito el post????

Así son las cosas, amigos. Cuando le digo que estoy bien, que los niños también y que simplemente no me ha dado tiempo, me pregunta: «¿Pero qué haces por las tardes?».

No me gusta confesarle que los baños diarios en leche de burra ocupan gran parte de mi inacabable tiempo de asueto y relax y que luego si masaje por aquí, peeling por allá, manicura tailandesa de meñiques, pedicura ultra posh, retoque de mechas, atelier de temporada… En fin, que un día voy a cansarme de tanto ocio intrascendente.

No entiendo a las mujeres que pasan la tarde corriendo sin parar del colegio a las extraescolares parando entre medias en la frutería y la tintorería para una vez en casa hacer la cena mientras corrigen los deberes e intentan poner el mínimo orden entre la prole.

Yo no. Yo soy distinta…

¡Ja!

Bueno, para mi madre, visto lo visto, sí. Si fuera por ella, yo ya sería ministra, viceministra y presidenta del Gobierno, y con todos los honores, porque cada vez que hay un nombramiento, mi progenitora aprieta los dientes y dice: «Ahí tenías que estar tú».

No está mal eso de que tus padres crean en ti, no, pero todo tiene un límite, mamá. Y entre esas cosas, las 24 horas que, sí o sí, tiene cada día y que a mí me cunden tan poco. ¿Cómo lo haría Cleopatra?

Así que, queridos míos, si una semanita no aparezco, perdonadme, es que no me llega el tiempo o no me responde la cabeza, que todo puede pasar. Que ha sido cumplir 43 y declararse mis neuronas en rebeldía cual caracol en mitad de un maratón.

Mamá, ponlas firmes y a trabajar. Pero a la voz de ya. Como tú sabes.

Terry Gragera
@terrygragera

Hora de Aventuras

30 Sep

blog_30sep

Ola, ola… ¡Ah, no que ya no estamos en verano! Que ya no me arrulla el vaivén del mar, que ya no contornea mi espléndida figura la arena de la playa, que ya no refresca la espuma del océano mi sobresaliente canalillo… Ejem. Comienzo de nuevo.

¡Hola! ¡Hola!

¡Hola, queridos periquitos míos! ¡Cómo os he echado de menos!

Aquí estoy de nuevo, arengada por las masas que me han impelido a volver con premura: “¿Pero no dijiste que era en septiembre?”, “¿por qué no me llegan tus post?”, “pues Fulanita ya ha empezado con su blog”, “ese Periquito remolón”…

Aunque “in extremis”, he cumplido mi compromiso de volver este mes. El 30, sí, pero en septiembre, tal como os había anunciado cuando cogía esas merecid(ísim)as vacaciones.

Haciendo un sucinto aunque necesario resumen del verano os diré que, como no podía ser de otra manera, mandé la operación Refajo al ídem muy prontito. El tema había despertado interés por parte de amigas en disposición de sumarse a mi causa, así que fue objeto de conversación y/o debate y/o escarnio. Pero al final se impuso la cordura, y dejé aparcado mi bañador que, tal como apuntaba mi querido santo, me hacía viejuna, por mi fabuloso dos piezas total-exposición.

Además, os contaré que hemos disfrutado de un verano completito, con viaje a las Germanias incluido, donde pude comprobar que allí también las madres amenazan con el socorrido y soporífero: “A la ein, a la zweia a la drei“ (lo que viene siendo nuestro a la una, a las dos a las tres).

Y como no podía ser de otra manera, mis niños han estado todo el verano chinchádose sin piedad, eso sí, movidos por discusiones de alto perfil filosófico-existencial.

-«Mamá, ayer no fui al baño», decía Teo.

-«Eso es que tienes estreñimiento ocasional», respondía Ada.

-¡¡Que no, que yo no tengo estreñimiento ocasional!!

– Teo tiene Estreñimiento ocasionaaaal, Teo tiene estreñimiento ocasionaaaaal.

Y así sucesivamente.

Disputas, contiendas y enfrentamientos aparte, al menos han coincidido en una tarea: dibujar como locos (para muestra la que ilustra este post) escenas de la serie Hora de Aventuras. ¿Debo sentirme mala madre por dejar que mis retoños vean unos dibujos animados que la Wikipedia define así?: «La serie transcurre en el continente de Land of Ooo, en un mundo de magia, fantasía y en un futuro post-apocalíptico en el cual, según la trama de la serie, se habla sobre una guerra nuclear, La Gran Guerra de los Champiñones, por lo que las criaturas son mutaciones por la radiación de las bombas nucleares, a excepción de Finn, El Rey Hielo, Marceline y las nuevas especies nacidas después de la guerra».

No contestéis ahora, ya me respondo yo solita.

Con respecto a mi santo, qué deciros de un hombre que ha vuelto a quedarse con los churumbeles mientras esta que suscribe sacaba al país adelante dándole a la tecla, osease trabajando. Y menos mal, porque de haber estado yo delante mis niños no hubieran podido disfrutar de esa granja de gallinas, gatos, cabras, perros y bichitos de mejor ver que él se ocupa de procurarles cada periodo vacacional. De ciudad que es una, qué le vamos a hacer.

Ahora ya, envueltos en la vorágine escolar y con Ada iniciando eso que han llamado la ESO, ¡ay, mi niña, que mayor se nos ha hecho!, seguiré contandoos a través de este humilde blog nuestras andanzas familiares.

Cada martes, cada miércoles o lo que se tercie, que puede aquejarme un atasco de ideas… ocasional y a ver quién me salva.

Besos para todos, periquitos míos. ¡Hasta la semana que viene!

Terry Gragera
@terrygragera

Necesitas unas vacaciones… Y lo sabes

1 Jul

blog23abril

 

“Necesitas unas vacaciones… Y lo sabes”, parece decirme Julio Iglesias desde su popular “meme”, apuntándome con el dedito.

Y qué queréis que os diga: que tiene toda la razón. Como todas las personas mayores. Para qué nos vamos a engañar.

A estas alturas de año (porque para mí, los años comienzan en septiembre y van acabando ahora con la temporada escolar), una ya no está para muchos trotes.

Sin ir más lejos, y achaquémoslo al cansancio acumulado y no a la senilidad acechante, hace unos días me pegué un testarazo (como diría mi yaya) en plena Castellana, digno del pódium de “Vídeos de Primera”. Vamos, que me fui a tierra, que hinqué las dos rodillas al pisar un hoyito de nada del pavimento, como si se me hubiera aparecido el mismísimo Richard Gere.

A pesar de que dejé mi ADN impreso en la acera y de que me rompí el vestido, no se me ha ocurrido demandar a Ana Botella por el estado de la calle. Una es así de cívica. Y así de cauta. No vaya a ser que me digan: “Señora, ¿pero cómo no vio usted el socavón?”, y entonces sí que me hunden para siempre.

Si es que ya no somos lo que éramos. Me lo confirmó hace poco mi amigo Pedro cuando tras comerse entre dos una paella de marisco para cuatro le dio un ataque de vesícula. ¡Pero dónde vamos a llegar! Estas cosas no nos pasaban antes. Ni una se iba cayendo por las calles ni había estómagos que chistaran ante los más despiadados ataques culinarios…

Por todo eso y por mucho más, siento que mi cuerpo y mi neurona me piden a gritos un receso, un respiro o, cuando menos, un acto de piedad. Así que voy a darles vacaciones hasta septiembre, lo cual implica que faltaré, queridos lectores y amigos, a mi compromiso semanal con este Blog durante unas semanitas.

Nos volveremos a ver en septiembre. Con nuevas historias, nuevos sucedidos y nuevas vivencias que, estoy segura, os van a sorprender.

Disfrutad muchísimo del verano y no os olvidéis de ésta, vuestra segura servidora, que volverá a darle a la tecla para contaros el regreso al cole.

Un abrazo enorme para todos y ¡felices vacaciones, Periquitos!

 

Terry Gragera
@terrygragera

¡Que me gusta una boda…!

17 Jun

blog_boda

 

Ay, mira que me gustan las bodas, las uniones de derecho con toda su pompa y, sobre todo, con el baile final. Porque para una madre cuarentañera como yo, escasean las oportunidades para mover la lorza, así que los enlaces matrimoniales son ese reducto en que puedo bailotear al menos varias canciones.

Lo hice este fin de semana, en la boda de mi prima Alba, comiéndome la pista hasta que mis pequeños dijeron “hasta aquí” y tuvimos que retirarnos.

Las bodas son esa ocasión única para ponerse guapa, para encontrarse con familiares, para ver y escuchar cosas bonitas. Como cuando mi primo Curro me dijo: “Qué recuperada estás, tu santo ya mismo coge una carretilla”. Son de esas palabras que llegan al corazón, que te hacen derramar una lagrimilla emocionada, que te implosionan por dentro cual ejército de caballería.

Menos mal que, ante mi desconsuelo, mi madre estaba al quite para decir que yo era la más guapa de la fiesta, cosa del todo punto incierta, pero que le agradecí como pecadillo venial sin necesidad de confesión.

Aun no repuesta del todo, pero para entrar en faena, me marqué la mar de decidida un pasodoble con mi padre, lo que me hace pensar que, definitivamente, me estoy haciendo (muy) mayor. Lástima que no compartí pista con mi primito para haberle dejado comprobar en sus propias carnes la contundencia de mi cuerpo con un delicado a la par que discreto pisotón.

La verdad es que íbamos todos muy elegantes. Yo, de gris empolvado (que dirían los estilistas principescos), mi santo de traje y corbata (¡¡!!), Teo de chico de familia bien, y Ada con un look azul total, producto de la complacencia de su beatífico padre, que le permitió jugar un poquito antes del enlace con colorante alimentario de ese color, que, por supuesto, impregnó manos, cara y todo lo que se puso por delante.

Como la boda era en Granada, tuvimos que hacernos unos estupendos viajes de ida y vuelta de más de 400 kilómetros. El domingo llegamos a nuestro humilde hogar casi a medianoche y ¡oh cielos!, tocaba hornear unas galletas de despedida para Charlotte, una profesora en prácticas de Teo que se marchaba del cole el lunes. Así de cumplido es mi niño. Y así de resignado su padre, que para no quitarle ni un minuto de las escasas horas de sueño que le quedaban por delante a su retoño, se puso él a las 12 de la noche a darle al asunto repostero.

Nada excepcional, si tenemos en cuenta el sucedido del puzle. Ocurrió hace un tiempo, cuando en casa nos ayudaba una señora excepcionalmente eficaz. Excepcionalmente eficaz y sensata. Menos un día. Un día en que vio un puzle de Teo en el suelo y pensó que, una vez completado, debía recogerlo. Todo muy bien, si no fuera porque el niño se había pasado varios días para enseñárselo totalmente acabadito a su papá, que estaba de viaje.

Cuando me asomé al salón y no vi el puzle de ¡¡400 piezas!! en el suelo me entraron unos sudores fríos difícil de contener.

-¿Dónde está el puzle, mamá?, me preguntó Teo con cara de mosqueo.

– Ejem, lo he metido con sumo cui-da-do debajo del sofá para que no corra ningún peligro y puedas mostrárselo a papá cuando llegue.

Mi santo llegó de su viaje de estudios a la una de la madrugada, después de lidiar durante unos cuantos días con un puñado de adolescentes y sus respectivas hormonas. Por suerte, Teo ya dormía, así que su padre y yo, cual frikis de la pieza, no tuvimos otra opción que tirarnos al suelo y recomponer el puzle de ¡¡400!! piezas (repito) para que el niño no se frustrara al día siguiente.

Acabamos tarde, muy tarde, y aquel día comprendí que hay cosas que sólo se hacen por un hijo.

Dicho lo cual, tan sólo me queda proclamar: ¡Vivan los novios!

 

Terry Gragera
@terrygragera

Mi jaca-a-a-a

10 Jun

blog10junio

Desde que cumplí los 40 me he abandonado a la calma y la madurez. Sí, sí. No me bastaba con haberme recorrido París vestida de Minion, ni con haber bailado en la Puerta del Sol de Madrid el Gangnam Style disfrazada de Fruiti.

Este fin de semana he vuelto a hacerlo. El sábado, ataviada de india en una gymkhana familiar por la Plaza Mayor, y el domingo, haciendo honor a mi personaje anterior, montando a caballo por primera vez cual Jerónima embravecida.

Del asunto del sábado sólo contaré que ganamos la contienda después de asaltar a turistas ojipláticos para que se caracterizaran de payaso, entrar en tiendas de souvenirs recitando un trabalenguas y protagonizar una improvisada manifestación, pancarta mediante, a favor de la liberación de las empanadillas.

Por su parte, del asunto del domingo sólo relataré que hoy camino en modo abertura pélvica maxi, ultra, mega, extra, súper, plus, pero que le cogí el gustillo a esto de ser una valiente amazona.

Para una mozuela como yo, que tan sólo había montado en los caballitos de la feria, fue toda una experiencia, aunque debo decir que eché terriblemente de menos a mis amigos David y Alberto A. cantando tras de mí, a dos voces, cual eunucos de una polifonía, aquello de:

Mi jaca

Galopa y corta el viento

Cuando pasa por El Puerto

Cami-ní…

…To de Je-re-e-ez

Intuyo, no obstante, que ellos, al igual que Pedro y alguno más, hubieran preferido ahondar en el arte ecuestre, pero como pupilos de una cowgirl miss camiseta mojada, para más señas.

Pero la felicidad completa no existe, queridos míos.

¡Qué le vamos a hacer!

En el devenir de la monta, mi simpático equino se desbocó por unos segundos. “Sooooooo”, lo calmé cual mujer que susurraba a los caballos. Como dijo luego mi santo, se nota que tengo experiencia en “domar a potros desbocados”. Y a caballos percherones, añadí yo.

Ada y Teo montaron también como si lo hubieran hecho toda la vida, fantaseando por esos prados de Dios con el momento en que puedan vivir su aventura salvaje.

-Mamá, ¿puedo comerme una hormiga?

– Evidentemente no, hija.

– Pues Papá me deja. Dice que un fin de semana nos vamos a ir de supervivencia a vivir sólo de las cosas que encontremos por el campo y tenemos que ir ensayando.

Es en esos momentos cuando tengo que pellizcarme para callar y recordar que mi santo es el mejor padre del mundo y que cualquier otra cosilla que pueda mancillar su intachable expediente como amoroso progenitor no debe ser tenida en cuenta ni en consideración porque… de lo contrario ¡¡¡era a él a quien mandaba bien lejos a alimentarse de coleópteros por una buena temporada!!!

Pero no. Tomo aire, respiro hondo y me aseguro de que estas tropelías no lleguen a oídos de nadie más para que no acaben pensando que estoy casada con uno que está maspalláquepacá.

Ay, ¡qué dura es la vida de la amazona en ciernes!

Y, ahora, si me disculpáis, os dejo al galope. Voy a ver si cojo la horizontal porque tengo los abductores echando humo. Si es que ya no estoy para estos trotes…

 

Terry Gragera
@terrygragera

Operación Refajo

3 Jun

blog3junio

Yo no voy a ser menos, así que… ¡ABDICO! Abdico de la Operación Bikini. Y vosotros, mis queridos lectores, os preguntaréis: “¿por qué?, ¿por qué?, desvélanos el motivo de tu renuncia…”.

Pues bien, ahí voy. Renuncio, abandono, depongo… toda intención de volver a ponerme un dos piezas bañícola.

Este año será el primero porque hasta ahora me había ido autoengañando: “Pues me compro un pareíto y disimulo un poco”, “pues me pongo este modelo que es más tapadito”.

Pero creo que ha llegado el momento de asumir: ¡¡¡que ya no tengo cuerpo para esas alegrías!!! Que la lorza y el bikini nunca se han llevado bien y que estoy harta de caminar por la piscina a lo Anita Obregón metiendo tripa aun a riesgo de quedarme un día sin aire.

Así que se acabó. Desde este año: bañador al canto. Sniff, sniff.

Sí, moqueo y lagrimeo porque tengo alergia… Una terrible e inoportuna alergia.

Aunque, en el fondo me da igual no ser ya la mozitatiposa que encandiló a mi santo…

En el fondo no me importa que el bañador tarde en secarse mil horas después de salir del agua, pegándose ahí bien al cuerpo como para que no se te olvide que es tuyo…

En el fondo me es indiferente (o inverosímil, que diría Sofía Mazagatos) no broncear ¡nunca más! esa delicada tripilla que me adorna…

Ya veis, una va cumpliendo años con total tranquilidad, asumiendo el paso del tiempo con toda sensatez, acercándose a la senectud con plena aceptación… ¡¡¡y-una-M-así-de-grande!!!

Porque, encima, me he comprado dos bañadores oscuritos y bien renegridos para disimular aquello justamente que me ha hecho enemiga del bikini. Ah, y con refuerzo abdominal, para que quepa, sí o sí, todo lo que se tenga que recoger.

Por lo que he podido comprobar, no soy la única que se empeña en que hay cosas que no pueden descolgarse de su sitio original. Fui testigo el otro día al probarme un bañador que mostraba cierta “descosura” por la parte del trasero, después de que una clienta se lo intentase calzar tras asumir igual de bien que yo el paso del tiempo.

“Es que hay gente que se empeña en meterse en el bañador aunque no quepa y lo acaba reventando”, me dijo la dependienta.

“Hay gente pató”, contesté tan ricamente.

Y salí de allí con mi bañador nuevo, con las costuras intactas por ahora, pero en franco peligro de explosión.

Si se hubieran cumplido los pronósticos de mi madre cuando nací: “El Príncipe, para mi niña”, ahora no me encontraría en esta tesitura, pues me habría hecho ya nosecuantas lipos y retoquillos sin importancia, para tener un tipín regio como exige la situación.

Mi madre iba encaminada, pero erró en el último momento: el Príncipe acabó casándose con una periodista, sí, pero no fui yo. A mí el destino me tenía preparado no a un príncipe, sino a un santo. ¿Se puede pedir más?

Aprovechando la coyuntura, y ya que estamos metidos en faena, pido desde mi humilde blog un cambio de modelo, pero nada de asuntos intrascedentes como monarquía o república o cuestiones afines. Vamos a lo verdaderamente importante: ¡abajo la Operación Bikini, arriba la Operación Refajo!

 

Terry Gragera
@terrygragera

 

Sicilia… 1940

27 May

blog27mayo

Lograr que un niño permanezca quieto, callado… (¡¡¡ y atento!!!) durante una misa es casi imposible. (Y más teniendo en cuenta lo mucho que se afanan la mayoría de los curas en hacer de la celebración un remedio más eficaz que la dormidina).

Pero conseguirlo en dos misas seguidas es todo un acto heroico. Y, por supuesto, fallido en nuestro caso.

El sábado nos tocó ración doble de comuniones. Con dos horas de diferencia, tres de los polluelos del grupo, Almudena, Santiago y Alicia, hacían la Primera Comunión. Ya veis, somos unos amigos tan compenetrados que hasta coincidimos en eso.

Al final de la segunda, Teo ya no se hallaba en sí:

-¿Puedo jugar con el móvil?

-Quiero encender una vela…

– ¿Cuánto queda?

– ¿Puedo jugar con el móvil?

– Quiero encender una vela…

-¿Cuánto queda?

– ¿Puedo jugar con el móvil?

– Quiero encender una vela…

-¿Cuánto queda?

 

Y ya, para rematar, al borde de la desesperación:

Mamá , ¿y cuándo es la segunda comunión?

Como dejando claro: “Conmigo no cuentes para ésa”.

 

Nuestros niños se van haciendo mayores. Y nosotros, sus padres, ya podemos decir eso tan grosero de que nos conocemos hace “20 años”.

¡Pardiez, qué barbaridad! Pero es así: conservamos la amistad desde nuestros tiempos del Club como uno de esos regalos que la vida te hace para siempre.

A estas alturas, cuando nos juntamos, que es, afortunadamente, muy a menudo, le damos a la nostalgia y parecemos Las Chicas de Oro: “Vinaroz: 1992”, o “Balmori: 1994”… Y empezamos a desgranar anécdotas como cuando nos metimos los 60 en una furgoneta en el juego del “¿Qué apostamos?” o cuando Pachi subió en chancletas a los Lagos de Covadonga porque “había que curtirse”.

Ahora que soy madre me pregunto cómo esos padres confiaban a unos veinteañeros como nosotros a sus hijos con discapacidad intelectual (o diversidad funcional, que diría Alfredo reivindicando) cada sábado y cada segunda quincena del mes de julio.

Pero todo acababa saliendo no bien, sino rematadamente bien.

Tan bien que dos décadas después me basta recordarlo para sonreír desde lo más profundo de mi corazón.

No quiero ponerme ñoña, así que volviendo al principio…  A ver si el Papa Francisco (que él sí que sabe) consigue modernizar un poquito al clero porque mucho me temo que con otra jornada doble como la del sábado pasado Teo se nos vuelve de ateo para arriba. Y de eso nada, que tal como va el asunto reproductivo en el grupo de amigos del Club nos quedan muchos bautizos, bodas y comuniones que celebrar.

Eso sí, de una en una, a ser posible, queridos míos.

 

Terry Gragera
@terrygragera

Mi madre y el negro de Ana Rosa

23 May

blog23mayoOK

Dice mi amigo David que como siga retrasándome en la publicación de mi post semanal voy a necesitar un “negro” como el de Ana Rosa. “Para escribirlo, entiéndase”, añade el muy picarón.

Y es que creo que me sobreestimo, queridos. Porque hay veces en que por más que lo intento, no llego y a las once de la noche cuando por fin me puedo poner ante el ordenador, la neurona saca la bandera blanca y me conmina: “¿Por qué no te sientas un ratito, guapa, pero a ver Telecinco o cosas así en lugar de exprimirme más por hoy?”. Y yo, conmovida, le tengo que dar la razón. Y así van pasando los días, y no hay manera de cumplir con mi público fiel.

Mi madre lleva muy mal esto de que no publique el post en el día indicado, oséase, los martes, porque le da por pensar en cosas terribles, como que una migraña asesina me ha atacado de nuevo. Ella nunca imagina que me ha podido tocar la lotería y he huido a la República Dominicana sin despedirme de mi suegra. No. Para ella, si pasa algo, ha tenido que ser malo.

Por eso, cuando los miércoles por la mañana suena el teléfono en la oficina, mis compañeros ya saben que es mi progenitora que quiere fiscalizar lo que ha pasado. “¿No has publicado el post, no?”. ¿Y eso?”.

Es lo que ocurre cuando tu madre se incorpora de pleno derecho a la vida socio-virtual. ¿Dónde quedó mi intimidad? ¿Mis secretillos? ¿Los chistes verderones que pudiera compartir con mis conocidos digitales?

Mi madre me sigue en Twitter, es mi amiga en Facebook, está suscrita a mi blog y acaba de comprarse un Smartphone con WhatsApp con el que sabe exactamente a qué horas me conecto y desconecto. (Y esperaos que descubra que también estoy en LinkedIn y en Google +).

Sí, sí, podéis llamarme mártir sin rubor.

Tan sólo por no escucharla especulando con los sucedidos tormentosos que me pudieran haber acechado, voy a esforzarme en seguir publicando puntualmente cada martes.

Y lo del “negro” lo pospongo por ahora, querido David. Que luego pasa lo que pasa.

La Merkel, la salchicha y el moco de la discordia

13 May

blog6mayo

Espero que me hayáis echado muchíííííísimo de menos… Danke schön! Sí, os lo digo en alemán, porque ha sido un intenso viaje de trabajo a las tierras merkelianas lo que me hizo faltar a mi cita con este humilde, pero voluntarioso blog, la semana pasada.

Ilusa de mí, pensaba que tal vez después de la jornada con mis compañeros alemanes podría escribirlo y hasta publicarlo. Pero… ¡NO! ¿Por qué os creéis que en la tierra del bratwurst no han oído hablar de la crisis? Pues por eso mismo, porque laboran como si no hubiera un mañana.

Sin dejar escapar ni un solo segundo al viento. Sin levantar la cabeza del ordenador. Sin una sola concesión al disimulo, la holgazanería y el “pa-media-hora-que-me-queda…”.

Y todo con unos horarios particulares. Si a mí comer a las 12 me parece muy bien, y hasta saludable, pero es justo después del último y ligero bocado, cuando los hacendosos (y encantadores) kollegen se vuelven a sentar en su silla, y dale y toma y dale.

Y, claro, es la una y tú sigues ahí, contando las horas hasta las seis. Pero el reloj no avanza sino que repta, virgensantadelapiedadbendita. De tal modo que a las dos de la tarde, como diría mi hermana Elisa, ya sólo piensas seriamente en ahorcarte con un moco.

Entenderéis que después de estas intensas jornadas diarias (¡¡y en inglés!!) acabara desplomándome sobre la cama de mi hotel como la credibilidad de un político cualquiera… Y por eso, queridos míos, de mi cabeza no pude rescatar el brío-garra-vigor necesarios para escribir mi post.

Debo confesar, no obstante, que me tragué encantada las semifinales de Eurovisión que daban por la tele. Esa Conchita Salchicha, esos franceses con su moustache, ese pobre hombre hámster a punto de escoñarse…

Tenía que estar al tanto de todas las novedades de este año para ¡por fin! proclamarme vencedora en los pronósticos caseros que hacemos en familia cada Festival. Suele ganar Teo, aunque esta vez mi información privilegiada me ha hecho quedar primera: je, je, je. ¡Qué orgullosa estoy!

Si os preguntáis que si mis hijos y mi santo me han echado de menos durante mi ausencia os diré que ja-nein, vamos, lo que viene siendo, ni sí ni no.

Tras mi marcha hubo división de opiniones: Teo se quedó llorando y Ada, expectante y mirando de reojo a su padre como diciendo: “A ver qué tal se te da eso de mandar”. Es una de sus grandes quejas: “Jo, Papá, ¿por qué siempre tienes que hacer lo que dice Mamá?”. Pareceríase que yo soy una tirana innombrable. Y no es así. O no absolutamente cierto.

Me gusta controlarlo todo. Pero estoy cambiando. Tan sólo deje preparados los uniformes y las meriendas del primer día…

A la vuelta, temí encontrarme la casa echa una choza. Y no diré si se cumplieron los pronósticos, pero como me estará leyendo, sólo perjuraré que mi maridito es el mejor amo de casa del mundo.

Lo prometo por el sex-appeal de la Merkel.

 

Terry Gragera
@terrygragera

A %d blogueros les gusta esto: